Capítulo 5

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—Maldición —susurré para nadie en la soledad de la habitación.

Había pasado una noche horrible, lo que me hacía agradecer que fuese sábado. Estaba acostumbrada a no dormir, pero... no a eso.

Lo poco que había soñado aquel día eran todo sueños húmedos en los que Daniel cruzaba el pasillo y se colaba en mi habitación, terminando lo que habíamos empezado en el garaje.

Fue tanto, que a las cuatro de la mañana, empapada en sudor, había buscado entre mis cosas el juguete sexual que mis amigas me habían regalado de broma por mi dieciocho cumpleaños, poco antes de que todo explotara. Por alguna razón tonta lo había traído, y menos mal...

Salí de la habitación cerca de las diez, con las acostumbradas ojeras de siempre. Cristina estaba en la cocina, tomando un café. Al verme en seguida apartó el teléfono móvil de los ojos y se ofreció a prepararme el desayuno.

—No te preocupes —se lo impedí, apresurándome a la cafetera—. Solo quiero un café y cualquier cosa dulce que pueda encontrar, que es sábado.

—¿Puedes tomar café?

Me quedé quieta sacando una de las cápsulas de la caja que tenían al lado de la máquina. Mamá no me solía dejar tomar más de dos a la semana, pero ella..

—Claro —asentí, metiéndola dentro de la cafetera y rebuscando una taza—. Estoy acostumbrada.

Tantas cosas habían cambiado desde entonces, que tomar café era algo demasiado banal.

Cristina me sacó una bolsa con gofres y un bote de mermelada de fresa, y me ayudó a encontrar todas las cosas que necesitaba para desayunar a su lado. Ésta sería mi casa durante los próximos meses, necesitaba saber dónde encontrar cada objeto.

—¿Tienes planes para hoy?

Mordí un gofre y me encogí de hombros, un gesto que empezaba a ser demasiado propio de mí. Como nada me solía importar, siempre me encogía de hombros.

—Creo que aprovecharé para tomar un poco de vitamina C y nadar en la piscina.

Estábamos en Los Ángeles y hacía un día alucinante. Por no hablar de la piscina que tenían los Black en el jardín trasero, y que todavía no les había visto utilizar. ¿Estaban locos? Mamá y yo teníamos un apartamento con buenas vistas en Nueva York, pero nada se le comparaba a aquella piscina.

—Ojalá pudiera hacer algo contigo, pero había quedado, Gabriel trabaja y...

—Tranquila —le interrumpí, extendiendo la mano sobre la mesa—. Estaré bien.

Me di cuenta en aquel momento que ese había sido el primer contacto que tenía con Cristina y yo misma había decidido tener, desde que había llegado. Igualmente, no alejé la mano hasta que su expresión se suavizó y sonrió.

Tomó un poco de café y yo seguí mordiendo mi gofre. Estaba bastante bueno.

—Puedo traer la cena. ¿Qué te gusta? ¿Pizza? ¿Sushi? ¿Tacos?

Sonreí y tragué la comida antes de contestar.

—Tacos estaría genial.

Además, los padres de Cristina se habían criado en México. Estaba segura de que ella sí que sabría hacer unos verdaderos tacos.

—Eso está hecho —asintió.

Terminé el desayunó después de que ella se fuera, apresurada. Me dejó un bañador porque yo no había traído, una toalla, y salí a la piscina.

El traje de baño era dos piezas, y no me quedaba excepcionalmente bien, pero cubría donde debía y apenas tuve que darle un pequeño nudo extra al tirante para ajustarlo al cuerpo. Cristina tenía más pecho que yo, pero decía que aquel bikini en concreto le quedaba pequeño y que podía quedármelo.

Hazme Olvidar ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora