#32

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El muchacho caminaba por los pasillos aguantándose las ganas de taparse la nariz frente al asqueroso aroma que en el lugar residía. Creyó, luego de unos días, que finalmente se había acostumbrado. Pero ahora estaba convencido de que iba a tener que lidiar con aquello el tiempo que estaría allí. Y el hecho de que este iba a ser un poco extenso, tan solo lo hacía querer pegar media vuelta y no salir de su pabellón.

Sin embargo, ya se encontraba allí. Aquella oficina se alzaba frente a él con brusquedad, le transmitía de todo menos tranquilidad. Nunca había ido a hablar de sus problemas con nadie antes. No sabía qué decir, ni cómo comportarse. Quizá haría lo que venía haciendo desde que ingresó al penal: bajar la cabeza y escuchar en silencio los insultos de los demás presos. Se suponía que a donde estaba yendo no sería igual pero ¿quién le aseguraba que quien se encontraba detrás de la puerta no lo trataría también como basura?

Ignoró el sentimiento de nervios que crecía en su pecho y, en cambio, lo camufló entrando confiadamente al consultorio. La cara inexpresiva que había estado perfeccionando no le duró demasiado cuando sus ojos chocaron con los de la persona detrás del escritorio. Lo había visto antes... solo que no recordaba dónde...

El otro hombre se aclaró la garganta e indicó la silla en frente suya con la mano en la que llevaba un reloj. —Sentate, Minho —le dijo —. Mi nombre es Jeongin. Soy el asistente social del penal.

Ahí estaba. Jeongin, el psicólogo de Felix. El chico que había matado. Tragó saliva tan fuerte que temió quedarse para siempre con el nudo en la garganta, y digamos que los ojos filosos del mayor no lo ayudaban para nada. Aunque en realidad sabía que se lo merecía, se merecía miradas de desprecio y un sinfín de cosas más.

—¿Me conoce? —inquirió Minho cuando recordó que el pelinegro lo había llamado por su nombre. Intentó, a pesar de la incomodidad recorriendo su delgado cuerpo (no había estado comiendo mucho en los últimos días), mantener aquel timbre de voz sereno y frontal. Como si la culpa no estuviese a punto de tomarlo de rehén así como las ganas de caer abruptamente de rodillas al suelo pidiendo perdón.

—Tengo tu ficha justo acá —el menor quiso estirar su cabeza por encima del escritorio para leer aquel documento mencionado, pero Jeongin se lo impidió guardándolo en el primer cajón —. Es información confidencial. Y, siendo sincero, es un pueblo chico. Ya todos te conocen y saben lo que hiciste.

Minho asintió con los labios apretados, incapaz de poder decir nada más. Jamás le había agradado ser el centro de atención, y mucho menos se lo imaginaba en una situación como esta. Se sentía como si no fuese él a quien todos elegían para decirle cosas horribles y desearle la más dolorosas de las muertes, como si, en el transcurso de una sola noche, se hubiese transformado en otra persona. No era el Minho de siempre el que había matado a Felix hacía un mes. Él se hubiese detenido a calcular sus acciones, a estudiar las consecuencias. El nuevo Minho estaba completamente cegado por los celos y la furia y un sinfín de sentimientos negativos que haría falta más de una sola mano para contarlos. Y lo que lo hacía preocuparse, bien en el fondo, era el hecho de no haber vuelto a ser el Minho de siempre luego de aquello. Uno pensaría que la emoción del momento se esfumaría luego de haber visto lo que causó a su alrededor pero... Minho no estaba ni un poco arrepentido.

Jeongin hablaba de talleres de literatura y carpintería pero el morocho estaba demasiado sumido en sus pensamientos. Comenzó a creer que tal vez el Minho bueno nunca había existido, y lo único que había estado haciendo durante todos esos años era aplazar más el día en el que su verdadero yo saliera a la luz. Incluso pudo hasta haber abandonado la idea una vez que conoció a Jisung, porque sus acciones eran tan benévolas y desde el fondo de su corazón que estaba convencido de que nunca podría hacerle daño a su mejor amigo, ni a nadie. Pero eso fueron solamente los primeros instantes. La maldad nata en su interior fue agrandándose cada vez más mientras Hyunjin hacía su aparición, no, incluso desde antes de aquello. Desde que se enteró que el destino de Jisung no era al lado suyo y que ya se había separado de él una vez en una vida pasada fue que dejó atrás todo lo bueno que había sido. Era preso de una furia que crecía sin escalas ni retorno, quitándole cualquier posibilidad de ver más allá de sus manos ensangrentadas. Ya había tocado fondo pero ese era solo el principio. Para cuando tuviese la oportunidad de reinsertarse, luego de tanto tiempo, en la sociedad él ya habría matado a decenas de personas más.

moles 》hyunsung.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora