#27

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Apenas el alcalde hubo mencionado aquello de "hace mucho tiempo no hay una apertura tan grande en el pueblo como la de este restaurante", Peter automáticamente pensó en la plaza del centro. A pesar de que el invierno ya se estuviese yendo, el frío y la poca cantidad de nieve derritiéndose en el pasto aún mantenía a las personas dentro de sus hogares. Pero hubo una época en la que aquel lugar fue inaugurado por primera vez y todo el mundo concurría a él, todos los días. Sam, a su lado en uno de los banquitos de cemento, lucía concentrado con la mirada perdida en algún punto muerto.

—¿En qué pensás? —le dijo el menor.

Él, colocando sus ojos de repente sobre Peter, sacudió la cabeza y respondió: —En mi mamá. Con ella vine a esta plaza por primera vez.

El castaño asentía, comprensivo. No iba a negar que quería saber más de aquel tema, pero en verdad no era el tipo de persona que presionaba a otra a contar algo en contra de su voluntad. Así que simplemente esperó, balanceando sus pies sobre el crecido césped y cerrando los ojos —de aquella manera creía que el viento gélido le pegaría más en la cara— hasta que el otro muchacho decidió hablar, luego de un largo suspiro.

—Ella falleció cuando tenía quince. La última vez que pude disfrutar una salida con ella fue en esta plaza, recién se había abierto y era toda una novedad. Me acuerdo que me quería columpiar en las hamacas y yo le dije que no, porque ya estaba muy grande —soltó una pequeña risa, la tristeza se escuchaba en su tono y se veía en sus ojos —. Tendría que haberla dejado. Porque después se enfermó, y ya no la quise ver. No quería verla a punto de morir, conectada a un respirador en el hospital. Quería tenerla en casa conmigo, sonriendo y cantando esos temas de mierda que me gustaban en secreto. Cuando se murió mi abuela se hizo cargo de mí, mi papá tuvo que ir al ejército.

Cuando Peter creyó que aquel había sido el final del relato, lo vio al joven de cabello rubio suspirar una vez más y mirarlo a la cara para decirle:

—La extraño. Todos los días, sin falta. A veces pienso que fue mejor que aquella enfermedad la hubiese matado rápido para que no sufriese tanto más adelante, ¿no? Pero la parte egoísta de mí desea que se hubiera quedado un par de años más. Que me hubiese visto recibirme de la escuela y bailar en mi primera competición, que hubiese conocido a mi perrito y quizá a vos... le hubieses caído bien, eso lo aseguro.

—Sam... —comenzó a hablar el pelimarrón. Tenía en el rostro una mezcla de ganas de llorar y ganas de envolver en un abrazo al mayor, tal vez, al final del día, terminaría haciendo las dos. Mas el rubio no lo dejó completar la oración y alzó la mano, indicando que se detuviera.

—No hace falta que digas nada. Ya no duele tanto, y cada vez va a doler menos. Solo... hablame, abrazame, no sé, algo... sos bueno distrayéndome cuando me siento mal.

Se quedaron así por unos instantes: Sam miraba al menor el busca de algo desconocido y Peter analizaba todas sus posibilidades en su cabeza. Cuando creyó haber elegida la correcta, o al menos eso esperó, tomó al contrario de la muñeca y lo llevó hasta donde un mástil se alzaba en una esquina apartada del parque, no sin antes mirar hacia dos lados en caso de que hubiera alguien.

Lo apoyó con delicadeza contra la pared de ladrillos que los ocultaba a mitades y lo miró durante unos segundo que parecieron eternos. Ambos se miraban. El menor recorría todo su rostro minuciosamente, como si aquellas largas pestañas abatiéndose sobre sus finos pómulos fuesen lo más precioso que hubo observado en años. Y cuando ya no se distinguía a quién le pertenecía cada respiración de lo cerca que se encontraban y los labios de Sam se abrieron casi por inercia, Peter supo que estaba haciendo lo correcto. Que no había forma de que fuese rechazado y que, sin lugar a dudas, no estaba en sus planes arrepentirse.

moles 》hyunsung.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora