Capítulo 3

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Las rodillas me temblaban

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Las rodillas me temblaban. No creo que estuviese tan siquiera peinado. Mi ropa era la misma que la del día anterior: pantalón vaquero, playera y tenis converse.

Bajé de la patrulla. El oficial Harper, quien había ido a comunicar la noticia a la familia de Elídan, que me conocía gracias a que me había visto algunas veces en casa de James, accedió a llevarme a la escena, a dónde él también necesitaba regresar. Debió haberse compadecido de mí... Pero no era momento de hablar de orgullo u dignidad. Quería, no, necesitaba, saber lo que estaba pasando, verlo con mis propios ojos.

La gente ya había comenzado a agruparse y se unían más con gran rapidez. La joyería estaba rodeada por cinta policíaca amarilla, odié que ese fuera el color de mi playera. Los vidrios del local habían sido despedazados por las balas.

Me acerqué para ver más de cerca y entonces ví lo que instigó mi ausencia de aire. Dos forenses sacaban un cuerpo cubierto por una sábana blanca.

Mi atención se centró en los llamatívos par de tenis color rojo, que la víctima usaba y que sobre pasaban la sábana. Eran idénticos a los que Elídan había comprado semanas atrás.

Que importaba. Eso no prueba nada; cientos de personas pudieron haber comprado exactamente los mismos. Eso quería pensar. Pero mi ya muy vana esperanza, se colapsó al ver el anillo que la víctima llevaba en su mano, era el mismo que Gael le había obsequiado dos años antes, antes de irse a la universidad.  

¿Qué tan posible podía ser esa coincidencia?

¡Era él!

Los sonidos se alejaron hasta convertirse en un zumbido. El panorama perdió su brillo. De pronto todas las horas de desvelo deseaban cobrarme factura. «Esto es una pesadilla». Seguí repitiéndome eso a mí mismo, intentado mantenerme de pie.

¡¿Por qué todo era tan real?!

Mis labios terminaron por aflojar y las lágrimas decidieron brotar sin control. Sacudí la cabeza, una y otra vez, negándome a aceptar dicha realidad. Estaba dispuesto a echarme encima de los forenses si con eso conseguía comprobar el rostro del cadáver.

Me había encaminado, pero de buenas a primeras, al ver una cara conocida entre la multitud, la resolución de mis pasos se detuvo significativamente.

¿Lisseth?

El suave viento de verano agitaba su largo cabello rubio era y sus grandes ojos marrones estaban empapados en lágrimas.

Nunca la había visto llorar. Pero en definitiva era ella.

Sin dudarlo más, me dirigí en su dirección y la encontré con un abrazo.

No pregunté qué había pasado o por qué estaba ahí. Nada. No me importaba nada de eso. El hecho de que me hubiese permitido abrazarla me demostró que ella estaba tan destrozada como yo.

La Analogía De Carter©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora