Capítulo 4

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Mi dolor de cabeza pudo haber sido calificado de insoportable, pero poco me importaba

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Mi dolor de cabeza pudo haber sido calificado de insoportable, pero poco me importaba. No tenía ánimos de levantarme.

—Hijo, ya está el desayuno —llamó mamá, a la puerta.

—No tengo hambre. —Cambié de posición e intenté volver a dormir.

Mamá volvió a tocar, esta vez abriendo la puerta y con ella entró un poco de iluminación. La luz rebotó en las sábanas que yo había puesto sobre la ventana.

—Carter, hijo, tienes que comer algo, ya pasaron dos días —insistió, acongajada.

—Dije que no quiero. —Me cubrí el rostro con la cobija.

La escuché soltar un suspiro y sentarse al pie de mi cama.

—Gael vino a buscarte...  —dijo en un intento de por llamar mi atención. Le di la espalda—. Al parecer debe entrar al cuarto de Elídan y recoger algunas cosas. Sus padres aún no se atreven a hacerlo y él no desea ir sólo. Está afuera esperándote. Cámbiate y baja. —Me dio unos golpes en los tobillos para animarme.

Tras oír el golpe de la puerta cerrándose, me descubrí el rostro y me quedé mirando un lugar en el infinito.

Al final me decidí a ir.

Hice a un lado las cobijas y me levanté de la cama. Menos de dos días y casi olvido como caminar. Apenas había logrado quitarme el traje fúnebre para ponerme la pijama y ahora debía cambiarme de nuevo.

Me coloqué unos vaqueros desgastados y una sudadera color azul marino. Me cubrir la cabeza con el gorro para no tener que peinarme.

—Que sea rápido —le dije a Gael cuando salí al jardín.

—¿Crees que deseo pasar el rato ahí?

Suspiré con pesadez. Era obvio que los dos estábamos muy tensos. Y no era para menos, entrar al cuarto de Elídan, sin él, era una sensación inexplicable y no en el buen sentido.

Sus balones de baloncesto estaban tras la puerta, de la que también colgaban sus coloridas sudaderas deportivas. El color azul en las paredes me provocaba nostalgia y la cama sin tender me obligaba a creer que él aún seguía ahí.

Sentía la necesidad de llorar otra vez, pero mis ojos se negaron a derramar más lágrimas.

—Tenderé la cama, tú ordena su ropa —dijo Gael con la voz más átona que le hubiese escuchado jamás.

Voltee a verlo. Gael era un poco más bajó y de mayor peso que Elídan. También tenía el cabello y los ojos más oscuros; a decir verdad no sé parecían en nada.

—Recogela. —Volvió a indicarme con la cabeza.

Asentí.

Recogí del piso una camisa blanca y un pantalón gris. Era la ropa llevaba puesta en su graduación. Fui hasta el guarda ropa y colgué la camisa y el pantalón en un gancho. Ordené la parte de abajo, acomodé unas cajas de zapatos y libros.

La Analogía De Carter©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora