Un rato después de la búsqueda inconcluyente, y cuando Rodrigo dejó de actualizarlo con su vertiginosa vida, Jonah decidió finalmente volver a su apartamento, ya habían pasado al menos un par de horas.
Iba entrando distraídamente cuando vio a Ava, eso le hizo olvidar en lo que sea que hacía y enfocarse en analizarla rápidamente. Ella se encontraba a un lado de la reja de entrada con tres botes de pintura apilados, los miraba intensamente, como si le hubiesen hecho enojar. Por un segundo quiso reír por su ceño fruncido a lo que parecían contenedores de metal.
Su aspecto era muy similar a la última vez que se había tropezado, casi literalmente, con ella; lucía un enorme suéter azul oscuro que le hacía parecer más baja de lo que ya de por sí era.
Sin pensarlo mucho se acercó y, cuando iba a tocar su hombro para llamar su atención, ella soltó un pequeño grito agudo. La había asustado. Seguro fulminar con la mirada a unos contenedores de pintura ocupaba mucha concentración.
—Hola, Ava —saludo él, sin acercarse demasiado.
—Hola...
—Jonah —Le recordó, un tanto confundido porque no recordase su nombre. Él la recordaba perfectamente.
—No, si recordaba tu nombre, solo... ¿Qué haces por aquí? —Jonah la notaba ligeramente nerviosa, y eso le gustaba; pero, luego de ver como acomodaba su cola de caballo como si no estuviese perfectamente anudada sin dirigirle una mirada directa, se dio cuenta de que estaba más bien incómoda.
—Creo que vivo aquí —respondió notoriamente divertido por su actitud. Ella suspiró, contrariada.
—Yo... Sí, tienes razón. Mejor me voy —dijo dándose la vuelta pero, tan solo un par de pasos después, recordó lo tres botes de pintura que debía subir por las escaleras, estaban allí esperando, mirándola burlonamente. Soltó un bufido exasperado al recordar ese detalle.
Tenía un buen rato intentando resolver aquel dilema, ese en el que sus brazos no podrían nunca jamás subir ese peso hacia su apartamento sin hacer un desastre en el camino, tampoco era una opción ir subiéndolos poco a poco.
Jonah la observaba silencioso mientras ella mantenía un debate consigo misma, de inmediato supo cuál era el problema por lo que, sin dudar mucho, se dispuso a preguntar:
—¿Necesitas ayuda?
—No, No, tranquilo yo..., no quiero ser una molestia.
—No molestas, en serio.
—¿Seguro?
—Yo me estoy ofreciendo.
—Sí, pero quizás solo es por compromiso. —Él la miro extrañado.
—¿Qué? —Ella suspiró pesadamente, había pensado en voz alta. Por lo que procesó mejor sus siguientes palabras antes de responderle.
—No te preocupes. De verdad, yo puedo.