Pronto emprendieron un camino hacia el apartamento. Para nadie era un secreto que ambos terminaron al menos un poco empapados, pero fue divertido. En algunos momentos caminaban más rápido y en otros más lento, en una ocasión ella se sintió obligada a acercarse aún más a él, gracias a la dirección del viento que dirigía las gotas de lluvia en diferentes direcciones. No fue para nada incómodo y se mantuvo a gusto todo el tiempo, sintió un escalofrío en varias ocasiones. Cuando faltaban casi dos cuadras para finalmente llegar y cuando sus zapatos estaban totalmente mojados, el chico detuvo su paso un tanto acelerado, atrayéndola él, y dijo:
—Aquí es.
—¿Qué cosa? —preguntó, levantando su cabeza para verlo mejor y dándose cuenta de que si él bajaba también la suya, no estarían tan lejos. Por lo que volvió su vista al frente y a la acera donde repiqueteaba la lluvia.
—El lugar que quería mostrarte —explicó.
—Oh... pensé que ya no.
—Será rápido, lo prometo.
Y luego de unos cuantos pasos más llegaron a la pequeña librería de la señora Karen, pero se vieron, sobre todo el chico, impresionados al notar que estaba cerrado y no solo eso, tenía un pequeño cartel escrito a mano por dentro del ventanal que decía que sería próximamente una juguetería...
¿Karen se iba?
Jonah se sentía confundido. Esa era la mejor manera de explicar su estado en ese momento.
Por unos segundos la lluvia dejo de sonar a su alrededor y no se encontraba con Ava prácticamente entre sus brazos. Se encontraba dentro de la pequeña librería con un olor particular, familiar... las paredes e incluso el techo rebosantes de frases de libros escritas a mano por la misma Karen. Esas que habían sido la inspiración por la cual él comenzó también a escribir frases en su escritorio, sobre todo después de haberle preguntado a la mujer las razones por las que lo hacía la primera vez que pisó aquel lugar, al apenas mudarse y moverse levemente en el entorno.
—Hola, muchacho. —Había dicho una mujer detrás del mostrador con expresión afable. Jonah había estado teniendo la vista muy concentrada en las frases. No podía realmente leerlas por la distancia, pero que aun así llamaban la atención.
—Buenas tardes...
—¿Qué busca? —preguntó la mujer de inmediato, saliendo del mostrador para acercarse a él notando también hacia donde se dirigía su mirada—. Es un espacio pequeño pero repleto de muchos libros de toda clase. Estoy segura de que alguno de ellos puede adecuarse a sus necesidades. Entonces, ¿qué lo trae por aquí?
—Primero... —comenzó, distraído, aun si mirarla a la cara—, ¿puede explicarme por qué tiene todas esas frases?
—No puedo decírtelo si no eres mi cliente. —Él por fin la miro, sorprendido.