Capítulo veintisiete. -FINAL-

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ANTES QUE NADA QUIERO ACLARARLES QUE HAY UN EPÍLOGO EL CUAL PUBLICARE MAS TARDE.

Catra pensó que no volvería a ver a Adora Bright luego de aquella noche en su departamento. La pintora se lo había prometido después de todo, y aunque le doliera, había comenzado a aceptar el hecho de que sus vidas iban en dos direcciones completamente opuestas.

Pero la vida las obligó a reencontrarse una vez más...

La tatuadora estaba diseñando un nuevo tatuaje para un cliente de bastante dinero cuando escuchó las campanillas de la puerta de entrada sonar.

No se giró a ver, pues había perdido la costumbre.

Ya no tenía a nadie a quien esperar...

Fue entonces que escuchó unos pasos acercándose y se encontró con la mirada entristecida de Sea Hawke...

... Y con los ojos azules y sin brillo de Adora Bright.

-Vas a tatuarla –Murmuró Sea Hawke con melancolía.

Él también notaba el cambio de Adora. Él también veía su piel enfermiza. Él también veía la oscura ropa holgada que tiempo antes le había quedado fenomenal. Él también notaba su mirada baja.

-Yo... -Tartamudeó- es tiempo de que me vaya.

Y el chico que fue, y aunque Adora estaba allí, se sintió sola.

-Sé que prometí que no volverías a verme -Susurró Adora mientras daba pequeños pasos en dirección a la pared repleta de grafitis y dibujos-, pero necesito un tatuaje y tú... los has hecho todos, Catra. No confío en nadie más.

Y aunque aquel no era el momento, Adora dejó escapar un par de lágrimas.

-¿Por qué lloras?

- El girasol y el murciélago siguen allí -Sollozó mirando el dibujo que Catra había hecho en representación a su relación antes de que todo terminara.

-El girasol y el murciélago jamás se irán...

-Eso es lo que crees, Catra.

Y quien dejó escapar una lágrima en ese momento fue la tatuadora.

***

Catra le pidió a Adora que se quitara la chaqueta y la camiseta para que tatuar se le hiciera más fácil.

La pintora obedeció sin decir nada.

No le dirigió comentarios seductores ni se halagó a sí misma. No hizo nada que le hiciera creer a Catra que la vieja Adora seguía allí.

La tatuadora se cubrió la boca e intentó no llorar cuando la vio.

Podía notar los bordes de sus costillas claramente, y su piel era incluso de un tono más enfermizo en el área que el sol no golpeaba con frecuencia. También podía notar sus clavículas sobresaliendo.

... Y ambos brazos, desde la muñeca hasta los hombros, tenían cortes de todo tipo de tamaño y profundidad. Unas viejas, otras nuevas, pero heridas en fin.

-¿Por qué te haces esto, Adora?

Pero la pintora no respondió.

***

El último espacio en aquella larga columna de libélulas terminaba en el hueso de su coxis. Catra lo palmeó suavemente, y sintió que estaba más prominente de lo normal. También sintió la necesidad de tocar sus costillas, pero eso habría sido grosero considerando que ya no eran nada.

La Tatuadora De LibélulasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora