Capitulo IV

21 0 0
                                    

El reflejo de un adolescente, de cabellos pardos lisos y perfectamente alborotados, y cuyo rostro estaba marcado por unos rasgos agraciados, lo observaba juiciosamente. Sus ojos grandes y con abundantes pestañas, que hacían resaltar el iris de color miel, se clavaban en sus ojos. Se palpo sus suaves mofletes algo bronceados aún del verano que había pasado en la Costa Cálida, y se fijo en que había crecido mucho aquel verano. Sonrió. Se puso el gorro de la suerte y guiñó un ojo a su imagen reflejada en el espejo.

"De vuelta a la carga" pensó y salio del baño a coger un cruasánde la mesa de la cocina. Se bebió el vaso de leche de un trago y salió disparado a montarse en su bicicleta para ir a su primer día en el colegio. Rezó porque la lluvia hubiera desecho gran parte de la nieve.

Extrañamente estaba muy nervioso. No era propio de él, ya que estaba acostumbrado a viajar de país en país, y por lo tanto andaba cada año rellenando solicitudes en distintos colegios del mundo. Aquello no le preocupaba en absoluto, pero, por alguna, razón, aquella mañana iba a ser diferente. Llevaba el día anterior teniendo una extraña intuición con respecto a la nueva escuela, y el pueblo. Soñaba con calles oscuras, y imágenes tétricas. "Menuda paranoia llevo encima madre mía" quitó el candado de la bicicleta.

Al levantarse esa mañana de invierno aquel molesto presentimiento que lo había acosado durante toda la noche regresaba con más fuerza. Sin ningún motivo aparente, intuía que estaba en peligro, que algo extraño le estaba aguardando. Y sabía que era absurdo, que no tenía una explicación racional para aquella sensación, pero no podía evitarlo. Volvía a su tierra natal, aunque hubiera vivido la mayor parte de su vida en los continentes del sur, añoraba las ciudades nórdicas. Ayer la nieve le enclaustró en casa. Su moreno de su año en el Golfo de Guinea no encajaba en aquel paisaje helador.

Tenía ganas de parar la bicicleta y volver pitando a casa, hacia un frío que pelaba, y las capas de ropa apenas evitaban que la piel no se le pusiera de gallina. Pero no entraba dentro de su orgullo. Tenía que llegar al colegio cuanto antes, quería comprobar que no sucedía nada inusual. Su mudanza había coincidido que la muerte de un pescador por hipotermia, a parte de eso no había encontrado ningún titular en el periódico local que destacar.

Pedaleaba deprisa y sin descanso, con la mochila a la espalda y manchándose los pantalones del agua sucia que salpicaba las ruedas. Iba rebotando como si cabalgase sobre un corcel al rodar sobre las baldosas de la calzada y espirando pequeñas nubes blancas de sus labios. El cielo volvía a estar plomizo y con nubarrones redondos atestados de agua que en cualquier momento empezarían a descargar. No tenía nada que ver con las costas brasileñas, las temperaturas africanas, ni el resplandor del sol de las islas italianas. En ese pueblo desde que había llegado había estado todo el rato descargando nieve.

Dio un estrepitoso derrape en la esquina del colegio y se apresuró a asegurar su bici con una cadena a la farola. Se ajustó bien el gorro para protegerse las orejas del frío y con un movimiento resuelto se dio la vuelta para echar a correr.

- ¡Ah!

Un golpe brusco y seco hizo que ambas personas se desplomasen en el charco que había al lado. Abrió un ojo y masajeándose la cabeza observó con quien había chocado tan repentinamente. Ante él se hallaba tirada en el fango una chica de largos cabellos castaños claros y de preciosos ojos verdes esmeraldas que le miraban estupefactos y confusos por ese brusco encuentro. Sus ojos de un color tan verde como la hierba se clavaron en él, inquisitivos. El corazón le empezó a latir a gran velocidad, y por primera vez se sentía abrumado y tímido ante una persona. Aquellos ojos parecían retocados por un programa informático. "Llevará de esas nuevas lentillas que están de moda" pensó crítico. La joven parecía perdida y algo dolorida.

Iluminando la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora