Capitulo II

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Tan sólo había pasado una hora desde que su madre se fue. Pero la parecía una hora. Dies estaba aburrida, no tenia nada interesante que hacer y eso la frustraba. Ella siempre necesitaba estar en movimiento. Encima no dejaba de recordar que volvía a quedarse en casa sola. Nox no salía de la cueva que se creaba con las sabanas hasta que el sol teñia el cielo de naranja.

Suspiró resignada. Más que odio estaba decaída. Parecía que convivía sola.

El sol atravesó la gruesa nube. Sonrió a la luz que entraba por la ventana. Y en cuanto la siguiente nube se vio arrastrada por el viento el día lugrube volvió a cerniese. De un brinco se levantó del sillón y se abrigo con varias capas.

"Nadie me va a echar de menos" pensó cerrando la puerta. Sabía que su madre no llegaría hasta que estuvieran ya acostadas y que Nox dormiría varias horas más. No solía tomar iniciativas que iban en contra de las normas de su madre, y no debería...."pero, ¡al cuerno!" flanqueó la verja del jardín con decisión. Si ellas no se preocupaban por ella, al menos que no la pusieran límites. Y además hacia tres meses que no bajaba al pueblo o puede que cinco, ya no sabia. El tiempo entre esas paredes parecía que se ralentizaba para ella, y más sin tener contacto con nadie más que con su hermana y su madre. Si es que eso era contacto.

Tomó el embarrado camino que atravesaba el bosque hasta el pueblo. Las pocas veces que iba con su madre tardaba más. Esperaba paciente a que la siguiera el ritmo, mientras que daba algún traspié al no distinguir el suelo por la maleza. Dies no tenia ese problema, había pasado pocas veces por aquel camino pero podía ir con los ojos vendados. Siempre la guiaba un presentimiento que la hacia girar en el momento justo o desviarse de una roca. De las copas de los altos árboles caían gotas de la escarcha. Se dejó embriagar por el bosque, tomó los atajos y senderos más cortos, esquivando ramas y zarzas. Sus pasos eran apresurados y decisivos. En menos de tres cuartos de hora avistaba el pueblo a lo lejos.

Descendió por otro camino de arena y grava fuera del bosque, a cuya izquierda se localizaba un precipicio que iba descendiendo de altura a medida que se iba aproximando a la playa del pueblo. El cielo azulado apenas se podía disfrutar tras las nubes grises que había cubierto en pocos minutos el amanecer anunciando la proximidad de una futura tormenta. La mañana se volvia sombría y lúgubre según se iba vislumbrando los edificios de la ciudad.

Dies empezaba a percatarse del acto de rebeldía que estaba cometiendo. Si su madre se la encontraba ... No sabría que la haría, nunca la había osado desobodecer. Siempre acataba las ordenes sin rechistar, dispuesta a no alterar a los demás, a hacerles sentir a gusto. No era sumisa, tenia su criterio, pero ante todo un enorme corazón.

Pero ya no quería darse la vuelta, aunque se había revelado y se sentiera culpable, la emoción que sentía la impulsaba a seguir. Aceleró el paso, apunto de echarse a correr. Por fin podría ver de nuevo a gente. Tuvo una bienvenida poco grata como era habitual en su localidad, las calles vacías y las tiendas aún sin abrir a esas horas. Pero no la importaba, la brisa marina la azotaba la cara ondulando sus cabellos entrenzados y retirándola la capucha que las protegía de la humedad.

Un gato atravesó la carretera vacía de circulación. Parecía que estaba abandonado. Las ventanas cerradas con pestillo, las tiendas con las verjas bajadas, los carteles de "Cerrado" colgaban en todos los comercios y no había ningún pueblerino paseando.

Como era costumbre todos estaban en sus casas resguardándose del amenazador frío. Se sentía perdida, tan poco acostumbrada a estar en un lugar con más personas no sabía donde ir. Miró a la taberna, el jaleo se escuchaba desde fuera, seguramente seria Jarol, su madre siempre decía que gritaba a su mujer como si de una mula se tratase. Incómoda cruzó de acera, iría a el comercio de siempre.

Iluminando la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora