Capítulo X

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Njell se olvidó de las gemelas durante un par de minutos. Sus sentidos se fijaron en el edificio que tenía enfrente de él y admiró la ilustre casa de madera de la que relataban que se erigía sobre un cementerio. Pero su verdadero exterior era plenamente distinto. No era gris ni oscura, ni con tejados picudos que pinchaban las nubes haciendo que se escapase el agua. Las ventanas eran amplias y no pequeñas y con barrotes, sino de grandes dimensiones que permitía ver el interior y en el jardín no había tumbas ni restos de esqueletos de seres queridos. Era todo lo contrario. Los muros exteriores de la casa estaban constituidos por listones de madera intercalados con pedruscos, la fachada derecha estaba como bordadas con regaderas que trepaban aferrándose a cada robeco, mientras que la izquierda presentaba un gran cobertizo con sillas y mesas de paja. Presentaba unos amplios ventanales que permitía entrever las salas interiores, y el gran jardín a rebosar de flores cortadas y el césped segado se ocultaba bajo la nieve. Njell sacaba fotos recónditamente y de vuelta a su misión vigiló de nuevo entre la sombras lo que hacían las chicas.

Dies entró trepidante a casa a darse un baño humeante para entrar en calor y no agarrar un catarro. Notaba un hormigueo en la piel al absorber el ardor del agua sobre el que flotaba. Inspiró el acalorado y cargado ambiente del baño, y exhaló las distintas fragancias de los jabones. Sintió como el vapor la mecía y recreaba pequeñas figuras a su al rededor. Suspiró hundiéndose más en el agua. Se imaginaba en el bosque, corriendo libre. Sin ataduras, salvaje. Sin rumbo pero sin perderse. Camuflándose con su pelaje de zorro en las hojas amarillentas del otoño pasado. Con su cuerpo ligero y sus patas ágiles. Su cola la impulsaba y cogía velocidad. Llegaba a lo alto del acantilado y contemplaba la mezcla de mar y tierra. La naturaleza en sus dos elementos.

Mientras tanto, Nox se cambió de ropa, desprendiéndose de la húmeda y abrigándose más para descansar cómodamente antes de salir.

Njell mientras se dedicó a dar una vuelta al rededor de la casa y a tomar imágenes desde todas las posiciones. Miró a través de los ventanales del salón y observó a Nox ir de un lado a otro. No sabía si era Dies o no, pero se quedo ensimismado observando sus movimientos delicados. Interesado buscó con la mirada a una persona adulta o alguna foto que tuvieran de su familia, pero no encontró nada. Aguardó helado de frío una hora y cuando se iba a marchar observó movimiento en el cristal del hall.

Nox estaba cogiendo sus patines de hielo, y salió dirigiéndose a la parte posterior de la casa para adentrarse en otra zona del bosque.

Njell aguardó entre los arbustos más altos del jardín, para fijarse si alguien más se marchaba de la casa, pero al ver que solo una chica había abandonado el hogar agachado se encaminó tras su rastro. Aunque sus ojos persiguiesen a la chica con la mirada, sus demás sentidos estaban atentos a cualquier movimiento o presencia que pudiese delatarle desde los ventanales. Sin dudar, Njell la siguió al interior del bosque, y tomando conciencia de lo sucedido anteriormente la fue siguiendo el paso tan próximo, que parecía que fueran andando juntos.

Nox divagó con toda soltura entre la vegetación. Sentía como el viento soplaba un aire helado que rebotaba entre los árboles creando corrientes. Llegó hasta una explanada en la que se localizaba un pequeño lago congelado. Su superficie era blanquecina, llana y resistible como el acero. Alzó la cara al cielo y sus ojos grisáceos otearon las nubes del semejante color pero más lóbregas. Estiró las manos tensamente, cerró los párpados y notó como las corrientes de aire se reunían en ese mismo punto rebosándola de frío.

Njell la observó su pálido y bello rostro, con sus cabellos elevados por el viento y su manos abiertas como aglomerando toda la energía de esa mañana invernal.

Nox se sentó en el suelo para cambiarse las katiuskas por los patines. Se introdujo en el lago y comenzó a deslizarse por el hielo con movimientos bellos y vivaces; innovando giros elegantes y saltos distinguidos. Su patinaje era fino y airoso, como un pájaro que sobrevuela el cielo o como un pez que bucea por el inmenso mar, sin ataduras.

Iluminando la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora