Dies

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Los mechones hacían el amago de camuflarse con su abrigo camel. Su nariz roja por el frío asomaba respingona por encima de su bufanda de cuadros amarillos. El otoño estaba terminando, apenas quedaban hojas tiñendo el bosque de amarillos y tostados. Las ramas escuálidas rayaban el cielo y picaban el sol junto a las altas copas de los pinos.

Se pasa un cabello rebelde por detrás de la oreja, que apenas se sostiene unos minutos antes de volver con las demás ondulaciones que la humedad peinaba. Se sentía libre en aquel mundo alejado del mundo, el tacto cálido del sol del medio día apaciguaba las bajas temperaturas. Quería aprovechar los últimos rayos solares como un hermoso girasol antes de sumirse en la depravada y fría noche. Llega donde el verde aún mantiene la eclosión que sufrió en la primavera, sin apaciguar sus esmeraldas hojas se distingue su preciada obra de arte. Los colosales árboles encierran su pequeño paraíso y su ceño no se frunce ante la intensidad del sol cuando atraviesa las nubes.

Escruta con sus ojos verdes el paisaje, el color de sus iris parece intensificarse al tocar con sus suaves dedos la hierba que asoma entre los primeros rastros de nieve. Su espíritu se aviva y revive el bosque. No es un día esplendoroso, es la mañana, es el sol coronando el día.

La noche parece arropar cada vez más pronto a los habitantes, acortando las horas, rezagando la presencia de las personas diambulando por la carretera.

Pero aún así su sonrisa no entiende de primaveras, sino de ocasos. Caminando con sus andares de niña pequeña, tan inocente y delicada debajo de aquel lugar despoblado. Brilla por su ausencia, pero su presencia a penas es conocido. La belleza de esa flor estival apenas se deja adorar entre ese frío otoñal y esa aldea escondida...tan lejos de la humanidad.

Iluminando la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora