Capítulo XVI

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La pierna le palpitba según se iba acercando a la casa. Todo se asemejaba a sus pesadillas. Había cobrado vida. Y aquello le atormentaba tanto como el dolor. Cuando Dies abrió el covertizo un pinchazo le recorrió la herida.

- Te tienes que quedar aqui

Dies abrió la puerta de cristal que llevaba a un pequeño invernadero en el jardín. Las plantas colmaban el techo de vivas tonalidades. El cristal reflejaba todas las luces que las nubes no dejaban apreciar fuera.

- Iré en un segundo a casa a coger algo para curarte la herida, vuelvo en un segundo - se giró a Njell pero permanecía pasmado contemplando la mezcla de colores. -Por favor Njell, no te muevas, no tardaré.

Sin aguardar una respuesta Dies desapareció. En cuanto entró en casa saludó como de costumbre. "Ojalá no se haya despertado aún..." pensó para sus adentros. Debía evitar a Nox. Si se la encontraba seguramente la descubriría, y debía curar a Njell lo antes posible. Sangraba por todas partes, y había sido ella la causante de todo. Sabía que no podía mantenerlo muchos días viviendo en el cobertizo. Las temperaturas descendían vertiginosamente, y ni la estufa podía ser acogedora en medio de ese bosque invernal.

Abrió los armarios de cocina buscando gasas y desinfectante, cogió algo de comida con sus pequeñas manos congeladas. Se cargó de mantas y volvió al invierno. La nieve marcaba sus huellas al invernadero.

Allí seguía, con los ojos cerrados y agarrándose la pierna. Se le encogió el corazón, ¿cómo podía haber hecho eso? ¿Y si esa era la razón por la que su madre les mantenía apartadas de la gente?

- Njell, incorpórate- le llevo la mano a la espalda suavemente- Por favor, inténtalo.

Las lágrimas se la agolpaban. Se sentía como un huracán que había destrozado lo más hermoso que había conocido. El pantalón de Njell mostraba una mancha de sangre que iba aumentando de tamaño. Frunció el ceño preocupada, pero aún así le levantó la pierna como pudo. La preocupación amenazó con mostrarse en un grito. Aquello no pintaba bien. Limpió la herida como pudo y le tumbó en las mantas. No quería dejarle sólo pero debía regresar a casa. La noche iba cubriendo el cielo con su manto estrellado. Cada vez los días más cortos, cada vez menos tiempo. Encendió la estufa y arrastró el cuerpo inerte de Njell junto al calor que desprendía.

El viento no se lo quería decir, o a caso no le entendía. Cerró la puerta de un portazo. No debía bajar al pueblo, pero algo sucedía más allá de la cerca de bosque que rodeaba su casa. Se llevó las manos a la cabeza, el aire se filtraba por cada recoveco de la casa llevando su mensaje indescifrable. Estaba gritando en susurros. Se dirigió a la ventana triangular de detrás de la cama y agachándose para no darse con el bajo techo se asomó para ver si la divisaba venir a lo lejos. Entrecerró los ojos por el intenso solazo y haciendo visera con la mano probó a buscarla entre el paisaje blanco que brillaba por el sol. Pero no la vio.

La casa estaba tranquila y silenciosa, tan solo se escuchaba el compás de las agujas del reloj, el chisporroteo del fuego, y el ruido exterior de la naturaleza; las gaviotas graznaban, las olas se rompían contra las rocas del acantilado y los animales del bosque producían sonidos por su actividad. No quiso preocuparse por su hermana. No podía hacer nada si ella la mentía. No podía saber lo que pasaba por su mente, lo había intentado ya, pero la sensación seguía alli. No versaba como los pensamientos de su madre o de la gente del pueblo, pero la sensación era las misma. Algo la ocultaba, estaba segura. Y por ello no iba a preocuparse, no iba a ser responsable de aquello en lo que su hermana no la inmiscuía. Se escurrió entre las sábanas para volver a dormirse, pero la era imposible. Debía volver a entrar en el estudio si quería descansar. La intriga de aquel cuarto la distraía tanto como la tardanza de Dies. Dudó.

Iluminando la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora