capítulo VIII

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Apareció junto l viejo lobo de mar en la posada del «Almirante Benbow» (...) observó como llegó pesadamente a la puerta de la posada, seguido de su cofre de marinero en una carretilla; era un hombre alto, recio, pesado, avellanado; la coleta alquitranada le caía sobre los hombros de su sucia casaca azul; sus manos, llenas de señales y costurones, tenían unas uñas negras y rotas; y la chillada que le cruzaba la mejilla era de un color lívido y sucio. Recuerdo que echó una mirada a toda la ensenada, sin parar de silbar por lo bajo, y a continuación atacó esa vieja canción marinera que tan a menudo cantaba después:

- ¡Quince hombres van con el cofre del muerto! ¡Yo-jo-jo, y una botella de ron!

Sólo se le unió una voz aguda que provenía de una esbelta sombra femenina. Estaba de espaldas apoyada en la barra. Era una muchacha de relieves sensuales, cabellos castaños trenzados y con un canto que alcanzaba cada fibra de mi ser, como si fuera una de las melodías de las sirenas de los mares del Norte. Él la entonaba con aquella voz alta y temblona que parecía haberse templado y quebrantado en las barras del cabrestante. Luego llamó la atención del camarero con un trozo de palo, y al aparecer pidió en tono áspero dos vasos de ron. Cuando se lo trajeron, brindó con la muchacha, y empezaron a beber despacio, como catadores, demorándose en su sabor, sin parar de mirar en torno suyo, hacia los acantilados, y hacia el cartel de nuestra posada.

- Una ensenada muy cómoda -dijo por fin la muchacha-, y una taberna bien situada. ¿Viene mucho personal por aquí, compañero?

Mi padre le dijo que venían poquísimos huéspedes, cosa que sentía.

- Bien -dijo el hombre-, mejor para mí. Eh, tú, compañero -le gritó al hombre que empujaba la carretilla-; atraca aquí, ayúdame a subir el cofre.- en cuanto dijo cofre Njell de un brinco se dispuso a acercarse a ver el tesoro que podía esconder- Me quedaré aquí algún tiempo -prosiguió hablando- Soy hombre sencillo; ron y huevos con tocino es cuanto necesito, y esa punta de ahí para ver barcos a lo lejos. ¿Que cómo me debes llamar? Puedes llamarme capitán.

- ¡Eh tu!, - le llamó la atención la muchacha. Njell con las manos en la masa y giró la cabeza. Entonces se encontró con los ojos acusadores de Dies o de la otra...

- ¿Dies? ¿Eres tu?

Una espada cortó el aire que los separaba. De un respingo se alejó asustado.

- Estúpido crió, ¿qué haces aquí? .- se acercó amenazadora con espada en ristre.

- yo solo...

- Los secretos están escondidos para que nadie los haye asique ¡no te entrometas en mi mente!- se lanzó atacándole y Njell corrió hacia la salida.

El hedor a pescado pasado aún se apreciaba por la bahía. Los árboles se sacudían por las fuertes brisas marinas nocturnas creando imágenes negras y pavorosas que harían temblar hasta a el Capitán pirata más temible de todos los mares. Njell corrió con todas sus fuerzas alejándose del puerto. "Despiertate Njell, despiertate de este maldito sueño" se repetía con el corazón latiendole a mil. Llevaba unos minutos corriendo sin rumbo, y cuando se quiso dar cuenta ya no veía el mar. Se percató de que se había adeltrado en un aterrador sendero de oscurecida hierba, raíces tramposas y colosales árboles que cubrían la pálida luz de la luna. Con el sonido del mar de fondo gritó y a ciegas regresó con cuidado por donde creía que había entrado. Sabia que era un sueño, no le iba a pasar nada pero quería despertarse ya. Pero por absurdo que pareciera, aunque era consciente de ello no podía por más que se pellizcara en el brazo.

- ¡socorro! - Y sin previo aviso, la maleza se revolvió violentamente, y el viento sopló tan intensamente que parecía que quisiera arrastrarle hacia un arbusto.

Iluminando la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora