Capítulo I

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Las placas terrestres se abrieron en el agrietado y seco desierto como el vacío que se había formado entre ellas apenas unos segundos antes. Se quebró el suelo como el corazón de Diex. La cuantiosa e incontable arena que se amontonaba haciendo interminables dunas, comenzó a temblar. El intenso sol que azotaba la zona deshidrataba hasta los camellos. Pero en esos momentos su objetivo dejo de ser encontrar un oasis. La saliva espesa que se agolpaba en su boca ya no era su preocupación. Debía sobrevivir.

Todo lo que se interponía en su camino era succionado. El temblor hizo vibrar todo el desierto del Sahara llegando a alcanzar las poblaciones indígenas. Las campañas y edificios rocosos se resquebrajaron y cayeron uno tras otro. Si ya estaban sumidos en la pobreza ahora ya solo les quedaba la nada. ¿Se puede ser alguien con nada?

Un muchacho de no más de veinte años viajaba indefenso en compañía de un camello cargado con pesadas mochilas. Sus piernas temblaban del miedo. El animal se colocó sobre su par de patas traseras asustado, y el muchacho lo intentó sosegar palpándolo el lomo. Pero el camello olió la adrenalina y el terror que desprendía el joven e intentó escapar asustado tirando de la correa por la que estaba sujeto a su dueño. El muchacho con el turbante enroscado en la cabeza sintió bajo sus agujereados y sucios zapatos como los suelos se desplazaban. El terror acrecentaba en su pecho, pensó en sus dioses y en lo que podía haber hecho para enfurecerlos.

Presentía que no era un mero fenómeno metereológico, palpaban sus sentidos que era una fuerza superior a lo natural. Sólo un Dios podía hacer sacar a la luz su más infernales miedos, cegarlo con el imponente sol y transmitirle un mensaje de emociones fuera de cualquier sentimiento conocido. Algo se avecinaba, algo había hecho mal para frustrar la temple de sus dioses. Fue sólo un segundo, pero suficiente para abrir una profunda brecha que se alargaba atravesando el desierto hasta alcanzar el horizonte. Ya no habia dunas infinitas, brújulas indicando el norte. Su destino estaba allí, estaba...

A un par de kilometros el oasis cedió ante la brusca sacudida. Las altas palmeras se desplomaron llevándose consigo la cómoda y fresca sombra que ayudaba a los transeúntes del desierto. El escaso agua del lago se fue vertiendo por los lados de la grieta dejando la superficie seca y a los peces sacudiendo sus aletas. La grieta era de tal profundidad, que la arena de ambos lados empezaba a precipitarse al interior terrestre.

El muchacho permaneció inmóvil con los pies abiertos para no caerse al fondo de la fisura, y soltó al camello que luchaba para zafarse de él. Logró mayor equilibrio. Quería gritar, pedir auxilio pero sabía que nadie le iba a oír. Le dolía las ingles de lo separado que tenia las piernas. Ahogó un gemido. Pero justo en ese instante el movimiento cesó y en esa posición observó como el camello trotaba huyendo a lo lejos.

En la cocina la antena de la radio parecía que vacilaba. Se oía el ruido de las interferencias y empezaba a surgir de la radio palabras y frases sueltas.

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Molesta por el ruido intermitente de los locutores Dies volvió a apagarla y se puso a fregar los platos.

- Dichoso aparato, se enciende y se apaga cuando le da la gana - continuó con su labor ignorando la radio.

Sabían lo que las tocaba hacer todas las mañanas, así que se colocaron unos delantales y se pusieron en marcha. Diariamente se distribuían las tareas y las ejecutaban avivadamente para a las once en punto estar ya aseadas y listas para sentarse a estudiar. Las dos gemelas eran muy rápidas y ágiles en los que haceres del hogar. Dies las hacía con gusto, sabía que con ello colaboraba activamente en mantener su casa pulcra. Pero sobretodo ayudar a su madre. La gustaba sentirse realizada quitando trabajo a la gente y complacerles.

Nox por el contrario arrastraba los pies como si fuera una obligación, aunque en realidad lo hacía por mero hecho de cumplir con las mínimas obligaciones que las había impuesto su madre. El granizo comenzó a golpear el gran ventanal de al lado de la mesa del salón. Paró de barrer por unos segundos y se quedó contemplando la violencia con que las pequeñas bolitas se estrellaban por el viento en el cristal. "Ojalá estuviera fuera" pensó tocando el cristal que empezaba a empañarse por el calor que desprendía el fuego de la chimenea y las explosiones de frío que recibía del exterior.

Iluminando la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora