Capítulo XI

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Sacó su cuerpo medio hundido en el agua de golpe. Observó jadeante el agua que había desbordado de la bañera. Su piel estaba completamente arrugada, pero apenas la importaba. Aún estaba entrance por haberse trasladado su conciencia al cuerpo de aquel animal salvaje. Escuchó como la puerta golpeó contra la pared y el viento silbó su única melodía pretendiendo apagar el fuego de la chimenea del salón. El sonido de las húmedas katiuskas la advirtió que su hermana había regresado. Se puso su grueso pijama de lana y bajó corriendo para ver si estaba bien. Aún no se creía que lo que hubiera visto desde los ojos del zorro fuera cierto.

- ¡Hola Nox!- saludó ajustándose el la bata.

Nox entró en el salón con los calcetines dejando tras de sí pequeños charcos de agua, con los labios amoratados y la cara rojiza.

- Dios mío Nox, ¡estás empapada!- observó Dies alarmada corriendo a su encuentro - ven te prepararé un baño.

Envolvió a su hermana con la manta y la ayudó a subir las escaleras agarrándola fuertemente del brazo.

E inconscientemente a millones de kilómetros de allí el terreno se sacudió bruscamente; cada escalón que ascendían agarradas, una brecha se abría en la superficie: con cada paso el terremoto de proporciones devastadoras iba incrementando su intensidad. Los niños escuchaban encantadores el tintineo de las lámparas, el golpear de los vasos de cristal en el armario y el chocar de las llaves que estaban colgadas en la puerta. Era un sonido especial, como si fueran millones de sonajeros los que se agitaban sacándoles risitas juguetonas de sus pequeñas boquitas sin dentadura. Pero a sus padres parecía que no les gustaran los sonajeros. Con cara de horror y rápidamente cogieron cada uno a uno de sus hijos a la vez que los cristales de las ventanas se resquebrajaron rompiéndose debido a los bruscos temblores.

Cada escalofrío que Nox tenía, hacía temblar ambos brazos y ajenas a ello unos soportes de unos edificios cedían ante la agitación violenta y se derrumbaban llevándose consigo a personas. Los gritos de la gente que huía no cesaban al igual que el castañeo de los dientes de Nox, y los niños se echaron a llorar. No les gustaba oír a la gente gritar y menos que sus padres les hubieran sacado de ese lugar en el que había tantos objetos tintineantes y divertidos. Los comercios y vehículos se tambaleaban agitándose peligrosamente.

La gente quedó atrapada bajo escombros, bajo personas que las pisaban en un intento de huir, debajo de muebles o atrapadas en su propio coche. Los edificios se inclinaban peligrosamente y sus estructuras formaron curvas deformando su diseño. Sus padres corrían en todas las direcciones con las manos sobre sus cabezas para protegerse de las tejas y paredes que se les venía encima.

Nox inspiraba ruidosamente sonándose la mucosidad y Dies la ofreció un pañuelo. Otra sacudida. Las plantas más altas de los edificios se iban hundiendo una tras otra, hasta quedar un edificio de múltiples plantas reducido a un bajo. Los niños lloraban junto con otros llantos de adultos. Lloraban porque la gente corría, gritaba muy alto, empujaban a sus padres con una cosa roja deslizándose por el cuerpo que parecía lo que les salían cuando se caían del triciclo. Las imágenes pasaban muy deprisa delante del pequeño que no le daba tiempo a asimilar la situación. Cada vez que pestañeaba y volvía a abrir los ojos, se encontraba con otro escenario,con otras personas enfrente, con más escombros grises y polvo que flotaba formando una especie de niebla. Lloraban los niños, su madre, su padre, la gente chillaba indefensos e impotentes ante tal catástrofe. Un señor paso corriendo no lloraba.

El hermano mayor de unos de los pequeños le observo con sus ojitos húmedos. El hombre avanzaba lentamente con pasos lentos y manchándose sus mocasines al arrastrar sus pies por el polvo que se había levantado. Parecía tranquilo y despreocupado, le gustaba aquel hombre al pequeño, no gritaba, no estaba ni alterado ni llorando; incluso ante su asombro se sentó en el bordillo de la carretera. No podía observarle bien, la gente se cruzaba por su campo de visión y su padre le tenía en brazos y se alejaba corriendo junto a su madre.

Iluminando la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora