Capítulo XV

30 0 0
                                    

Mientras tanto Dies se encontraba intacta en una superficie circular sin ninguna plantación, con los puños aún cerrados por el enfado y con la cabeza agachada. La luz volvió a la zona, el cielo que repentinamente se había vuelto gris y lleno de nubes negras se había despejado. La maleza dejó que los rayos solares volvieran a iluminar el camino que llevaba a su hogar. Dies sorprendida dejó que la claridad regresara. Las hojas de los árboles volvieron a su tonalidad verde y sana, e incluso con el reflejo de la luz del sol podía distinguir reflejos dorados. La sensación de rabia que la había colmado hasta cada recoveco de su ser desapareció. Y el pánico salió a refulgir. Miró alrededor suyo buscando con la mirada al chico, pero había desaparecido de un momento a otro como arrastrado por el viento que la había soplado antes. Tuvo un repentino escalofrío de miedo. “¿Qué le ha sucedido?, ¿dónde está Njell?” se preguntó sin aún relajar los músculos en tensión.

Estaba completamente desconcertada, y la sensación de miedo que inundaba otra vez su cuerpo no era por Njell sino por ella. Se sentía extrañamente viva y liberada de una gran tensión que advertía claramente que había abandonado su cuerpo bruscamente, y había salido disparada en forma de una energía descontrolada. Aunque sus ojos hubieran estado cerrados por el viento que había soplado sobre su rostro, Dies había percibido como la furia iba desvaneciéndose de su cuerpo con la velocidad a la que el aire se movía hacia atrás, exactamente hacia el punto donde se encontraba de pie Njell. Parecía como si el bosque la hubiera escuchado, como si hubiera defendido las peticiones de proteger su hogar para que siga siendo un lugar oculto.

- ¡Dios míos! - impotentemente se observó despavorida las manos cuyas venas palpitaban rígidas.- ¿¡Qué le he hecho?!.

Volvió de nuevo la vista atrás. “Debería regresar para ver si le he hecho daño, quizás esté en apuros por mí culpa y necesite ayuda” pensó inquieta sin parar de morderse las uñas. Estaba indecisa, no podía llevarla a casa, allí estaría Nox. Hasta que de repente un grito de dolor resonó rebotando entre los troncos de los árboles hasta llegar a los oídos de Dies, haciendo que cientos de aves alzaran el vuelo asustadas por la alta voz.

Njell se agitaba a varios metros más atrás para liberarse pero parecía que la fuerza de los vegetales era mayor. Quería salir de aquel lugar, de aquella pesadilla hecha realidad. El terrorífico sueño que esa última semana estaba teniendo se había recreado. El terror que sentía hacía que su organismo segregara grandes cantidades de adrenalina. La inonfensiva Dies le había lanzado una fuerza descomunal, quizás pretendiendo matarle como en sus repetitivas pesadillas en las que le clavaban la espada en la pierna mientras sus pies se veían inmóviles al estar adheridos al suelo. Se olvidó de pensar, de buscar una respuesta a todo aquello tan sólo quería abandonar la maleza y salir cuanto antes de aquel bosque sin sufrir los menores daños posibles.

Todo era oscuro, hacía tiempo que no veía la luz. Se mantenía con los párpados fuertemente presionados para que no le sacaran las ramas los ojos. Los copos de nieve se le introducían entre las ropas produciéndole escalofríos. El barro se había vuelto más pesado y el sendero había transformado los charcos más profundos haciendo que el se hundiera hasta la rodilla entorpeciéndole. Las raices crecieron y se enredaron unas entre otras hasta crear redes donde Njell quedaba atado. Los árboles comenzaban a moverse nuevamente y formaron otro muro, que no percibió Njell y contra el cual se chocó golpeándose fuertemente en la sien. El bosque era agresivamente violento e iba directamente a atacar al joven chico. Hacía rato que no escuchaba el murmullo de los animales, tan sólo percibía el sonido de las plantas crecer descontroladamente para alcanzarle. Comenzó a notar nauseas, y siendo aún empujado por las plantas se desplomó en el suelo con la sangre deslizándose por su rostro.

Dies relajó las manos, abrió los ojos asustada y comenzó a correr velozmente atravesando parte del bosque como un cervatillo asustado. La maleza se iba retirando al sentir su presencia. Sus ojos verdes observaban maravillados como las ramas sutilmente se apartaban facilitándola su recorrido. Anonadada abrió los ojos ampliamente. “¿Pero cómo me puede estar sucediendo esto?” susurró sin parar de correr rápidamente. Sentía un cosquilleo en las palmas de su mano, como un remusguillo. Se encontraba incapaz de racionar ante tal descubrimiento.

Iluminando la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora