capitulo VII

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Al llegar a casa cenó solo en la larga mesa de madera que ocupaba todo el comedor. La delicada porcelana dorada tintineaba junto con los cubiertos en la silenciosa sala. Extendió la mente Bera, con la furia reflejada en su rostro y hablando tan cruelmente de las personas. Cada ruido del comedor le distraía, le hacía retroceder en el tiempo, a los oscuros pasillos del colegio por el apagón, a la piedra lanzada por a saber quién. Se levantó sin terminar sus trabajos para el día siguiente.

Encontró a su madre en su despacho con su padre trazando las rutas por las que el barco iba a navegar en busca de caladeros. Tenían un ancho mapa en colores sepia sobre el escritorio, un par de compases náuticos con los cuales estaban contorneando la zona, y una sofisticada brújula de bronce y oro. l escritorio, un par de compases náuticos con los cuales estaban contorneando la zona, y una sofisticada brújula de bronce y oro. Llamó a la colosal puerta de roble y se dispuso a agarrar el picaporte para entrar pero le parecía como si la puerta se hiciera cada vez, más y más grande; colocando el picaporte a gran altura y haciéndolo inalcanzable. Y a él diminuto. Sacudió la cabeza, y aferró el picaporte con los ojos cerrados abriendo la puerta.

- Madre, ¿tienes un minuto?- solicitó tímidamente Njell por las miradas de interrogación que dibujaban los rostros de sus padres.

Muy poco habituados a verlo por casa y en absoluto abiertos a entablar conversación alguna con él, se quedaron perplejos ante la primera entrada que Njell realizaba a ese estudio. El escritorio era enorme, los ventanales tenían colgados gruesas cortinas que impedían que pasase la luz en los meses en los cuales el sol no se ponía ni de noche. Las estanterías eran clásicas y de buena madera. Sobre el moderno parquet había una alfombra de una tribu surafricana, y en cada mueble había diferentes lámparas con diseños coloridos y extravagantes, que representaban las diferentes culturas que habían conocido. También tenían montones de objetos decorativos aquí y allá, haciendo el estudio como si fuera una tienda de recuerdos.

Siempre había sido un niño remplazado por investigaciones, exploraciones y razones de trabajo, lo que le llevó a ser independiente y solitario. Realizaba sus deberes solo, no recurría a la ayuda de sus padres para algún ejercicio o tema que estaban estudiando en clase, y llevaba una vida fuera del ámbito familiar. La mayoría de los días no veía a sus padres pues, o estaban en la mar o confinaos en su despacho trabajando, y nunca coincidían con Njell en la hora del desayuno, comida, o cena ni tan siquiera al salir de casa o simplemente al levantarse para vigilar si el fuego seguía encendido.

- ...Sí- respondió pausadamente su madre, como si hubiera pensado qué debía responder, como si le costase un esfuerzo dirigirse a su hijo, como si no hubiera confianza. Para ella era más fácil dejarle una carta debajo del bol de cruasanes o una hoja en la puerta del estudio en la que siempre ponía: "Hemos soltado amarras e izado velas para zambullirnos a la mar y en nuestra nueva investigación (Pd: ten un buen día)."

Ni un escueto "tu madre y tu padre que te quieren mucho" o un vulgar "besos". Nada, más bien parecía el mensaje que el capitán del barco Barba Negra gritaba a su grumete más insignificante que se quedaba en tierra firme.

Ambos salieron del estudio, descendieron las escaleras a la cocina y se sentaron en la gran mesa sin decir hasta el momento ni una palabra. Su madre con un paño cogió del asa la tetera y sirvió dos tazas de té humeante.

- Madre me gustaría saber si cabría la posibilidad de que existiese en el mundo dos personas iguales- rompió el silencio. Parecía estúpido claro que había dado genética cuando estuvo en Italia.

Aún así a su madre la pilló desprevenida lo que Njell quería saber. Esperaba que la hablase de algún inconveniente amoroso de esos adolescentes o de cualquier cosa de su desarrollo como chico. Ya empezaba a imaginarse lo peor. Por lo que esa pregunta tan sencilla hizo que esbozase una sonrisa de alivio y de agradecimiento hacia su hijo.

Iluminando la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora