La luz de las farolas brillaba sobre las empedradas calles del distrito rojo opacando el etéreo brillo de las lunas. Múltiples tabernas y burdeles bullían de actividad proporcionando placeres carnales y lujos clandestinos a los acaudalados clientes que concurrían sus establecimientos.
Cerca de la calle principal un hombre caminaba sin prisa observando la alegre actividad que había a su alrededor. No era desconocido para él los negocios y diversiones que la zona brindaba, de hecho, varias veces al año visitaba Milicent's Bay para gozar y olvidarse de todo por unos minutos, sin embargo, prefería pasar el tiempo dentro de su habitación estudiando los nuevos datos y análisis que sus experimentos mostraban, o dentro de la sede de investigaciones observando a la fierecilla pelirroja que lo desafiaba a cada instante. Sonriendo decidió que más tarde le haría una visita.
Esa noche las coloridas letras de Milicent's Bay brillaban de un color verde limón flotando sobre la gran puerta de caoba sin tocar la fría piedra negra; una suave melodía salía a través de las ventanas entreabiertas acompañada por el susurro de voces femeninas. Observando a las chicas a través del cristalino vidrio el hombre tocó la pequeña gema azul incrustada en el centro de la puerta y esperó que lo atendieran. Un hada pasó frente a la ventana bamboleando sus caderas con cada paso que daba; un pequeño top blanco cubría sus delicados pechos permitiéndole ver el dibujo que sus alas plegadas formaban en su espalda. Finalmente, la puerta se abrió revelando la pequeña figura de Milicent, interrumpiendo así su grata visión.
—¡Lord Wilstrong! Que alegría veros —la duende se apartó un poco dejando pasar a su visitante—. ¿Puedo ofreceros algo de tomar?
Lord Wilstrong recorrió con la mirada el cálido vestíbulo mientras se quitaba la oscura capa que llevaba.
—No gracias, Milicent. Estoy esperando a alguien.
—Por supuesto, milord, si gusta podéis sentaros frente a la chimenea mientras esperáis. ¿Queréis que os prepare una habitación, señor?
Con un asentimiento el hombre se dirigió hacia la gran chimenea escogiendo una de las sillas laterales para acomodarse, disfrutando así del continuo desfile que las cortesanas hacían al entrar y salir de la habitación. Dos de las mujeres que había allí se colocaron de pie tan pronto lo vieron y sonriendo seductoramente se pararon frente a él permitiéndole explorar con la mirada sus cuerpos. . Satisfecho con lo que vio les hizo un ademán con la mano para que se acercaran. Aún tenía unos minutos antes de que su acompañante llegara y mientras eso sucedía planeaba disfrutar un poco de las atenciones femeninas.
No pasó mucho tiempo antes de que el sonido de una campanilla se escuchara por todo el lugar y Milicent apareciera nuevamente en la habitación. Con pasos apresurados la regordeta duende abrió la puerta, sorprendiéndose al descubrir que su nuevo cliente era lord Storlang, uno de los cinco gobernantes de Ylenor.
—Bu-buenas noches, milord —tartamudeó nerviosa mientras hacia una leve reverencia—. ¿En qué puedo serviros?
Tahmura la miró brevemente notando la repentina palidez de su olivácea piel. Era evidente que su presencia allí la incomodaba y, aunque, no disfrutaba del temor que le estaba causando tampoco le molestaba. Particularmente pensaba que la manera de reaccionar a grandes figuras de autoridad como él estaba influenciada por los secretos que cada persona guardaba; y dado que él no estaba allí por los de ella no tenía intención de gastar su tiempo en la duende.
—¿Taranis ya llegó? —preguntó entrando en la casa sin apartar la mirada de ella.
—Sí, señor, os está esperando en el salón. ¿Deseáis que os lleve algo, milord?
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Instinto Animal
FantasíaEllos detuvieron la guerra... Siglos atrás cuando Crystalia estuvo sumida en la oscuridad, un grupo de valientes tomaron la decisión que cambiaría el transcurso de la historia. Aseguraron que la magia prevaleciera y que los inocentes no sufrieran. A...