Capítulo 2

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En una de las tabernas de Lumber, Kairos maldecía interiormente su suerte y a la causante de toda su desgracia.

Debió haberlo visto venir, aquella furcia nunca estaba conforme, siempre quería más. Más ropa, más zapatos, más joyas, más dinero. No importaba si el día anterior le había regalado un collar de cristaluces rosa —la piedra más rara y hermosa de toda Crystalia— al día siguiente ella estaría pidiendo uno más grande junto con unos aretes a juego y de ser posible un vestido que combinara con ellos. Y como si eso no bastara la desgraciada tenía una obsesión por las apuestas.

Negó con la cabeza al mismo tiempo que tomaba un gran sorbo de aquarriz.

Debió haberla abandonado la primera vez que acudió a él luego de haber perdido una ridícula cantidad de oro, suplicándole su ayuda y prometiéndole compensárselo. Si lo hubiera hecho ahora no tendría que entregar la mayoría de sus posesiones como pago por una apuesta que no había hecho, en cambio se había dejado convencer por sus palabras dulces y sonrisas falsas. Había estado tan enceguecido que incluso en el momento que se enteró, pensó que todo iba a estar bien porque se tenían el uno al otro y nada más importaba. Qué estúpido había sido; ¡doscientos años y no había aprendido nada!

Ahora no solo estaba sin dinero ni posesiones, sino que había vuelto a ser soltero porque la usurera había decidido abandonarlo por alguien de mayor estatus y riqueza. Sin embargo, él no planeaba dejar aquel asunto así, ella había jugado con su corazón y orgullo, y él la haría arrepentirse por ello.

Sonriendo dio otro sorbo a su bebida disfrutando de su acidez y calor. Ya encontraría la manera de recuperar con creces todas sus pérdidas. Sin importar cómo él conseguiría ser uno de los duendes más ricos de toda Crystalia.

* * *

El rayo de luz condujo a Keira hasta el corazón de un bosque, allí escondido en la copa de los árboles se hallaba el portal. El mágico ovalo era lo bastante grande para abarcar a un ogro adulto, y la leve distorsión del paisaje advertía a todos los que estuvieran atentos que allí había algo más que ramas y hojas.

Por un momento Keira simplemente se quedó mirando el portal, su cola balanceándose lentamente con inquietud a medida que se preparaba para entrar. Un cárabo trinó en un árbol cercano y su atención se desvió al ave. Suspirando de alivio al darse cuenta que el pájaro no la había notado, miró por donde había venido y se preguntó cuánto tiempo le quedaba antes de que la encontraran.

Había logrado perder a sus perseguidores entre la larga hierba del pastizal y por el momento no escuchaba ni olía algún indicio de que alguien más estuviera en el bosque, pero sabía que no podían estar lejos. De repente, sintiendo que se quedaba sin tiempo se apresuró a entrar en el portal.

Una extraña luz grisácea envolvió su cuerpo llevándola dentro de una especie de agujero negro. El lugar era frío y una extraña pesadez amenazaba con hundirla a las profundidades de la espesa negrura; a lo lejos la imagen de un oscuro callejón revelaba la entrada a Crystalia. Sin saber cómo alcanzar el otro lado Keira hizo lo primero que se le ocurrió y comenzó a impulsarse con sus brazos y piernas como si nadara; afortunadamente aquello pareció dar resultado porque poco a poco la imagen comenzó a ampliarse. Sin embargo, entre más se acercaba, más aumentaba la pesadez de su cuerpo y una horrible presión apareció en su pecho impidiéndole respirar con normalidad. Sintiendo que se ahogaba Keira pausó su avance pensando que así podría respirar.

Pero la sensación solo aumentó hasta el punto que comenzó a perder la conciencia y a olvidar donde estaba. Frustrada, dolorida y agotada Keira finalmente se rindió. No estaba segura de que iba a pasar con ella, ni porque había estado luchando en primer lugar cuando era más fácil rendirse a las abrumadoras sensaciones. Justo cuando estaba por desmayarse completamente el recuerdo de alguien pasó fugazmente por su mente alentándola a seguir adelante. Con un débil gruñido se impulsó lo más fuerte que pudo y atravesó el otro lado del portal.

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