Capítulo 8

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Keira observaba con fingido desinterés todo lo que la rodeaba, sin embargo, detallaba cuanto podía a medida que los elfos la arrastraban por la ciudad. Los símbolos y dibujos que antes vio en las casas también estaban a lo largo de las farolas y estatuas decorativas, el suelo acristalado emitía un tenue brillo rosa cada vez que daba un paso iluminando, por meros segundos, las paredes de madera de las construcciones cercanas. Las casas y edificios estaban separados entre sí por pequeños patios donde varias veces vio niños pequeños jugando cerca de la estatua o mujeres conversando junto a las flores. El aire zumbaba con el revoloteo que las hadas hacían al pasar sobre ellos y varias veces tuvo que esquivar las flores y hojas que desprendían de los techos.

Luego de varios minutos caminando en medio de las casas, los tres salieron a una de las calles principales donde múltiples carrozas hechas, principalmente, con ramas y flores eran tiradas por diversas razas de equinos. Dos cebras pasaron trotando frente a Keira obligándola a retroceder levemente, lo que ocasionó la risa de los soldados que continuaron caminando por la calle. Diversas personas transitaban por los lados de la acera conversando y mirando ocasionalmente los carruajes que pasaban, mientras que Keira analizaba todo con curiosidad, memorizando el funcionamiento de la ciudad y todo cuanto podía ver.

Cuando llegaron frente a un establo Keira fue obligada a permanecer en la entrada junto con el soldado de menor rango, mientras su compañero hablaba brevemente con el joven que custodiaba la puerta. Minutos más tarde dos hermosos unicornios aparecieron frente a ella siendo jalados por el mismo joven. Agradeciéndole fríamente al mozo, el capitán tomó las riendas del unicornio negro y de un salto se subió.

—No querrás que monte en uno de ellos —dijo Keira frunciendo el ceño mientras miraba a los dos animales.

—¿Asustada? —preguntó burlonamente el elfo detrás de ella—. No te preocupes, aún tenemos que llevarte con lord Milstog por lo que no dejaremos que te caigas.

Keira bufó.

—Eso no es lo que me inquieta.

Ignorando su reticencia el elfo la cogió de la muñeca y la obligó a acercarse al animal. Keira observó con cierto malestar como el unicornio comenzaba a resoplar a medida que ella se acercaba, siendo seguido por su pareja quien también golpeaba el suelo con una de sus patas delanteras; indiferente a la inquietud de su montura el capitán apretó las riendas para corregir su comportamiento, pero no sirvió de mucho ya que el unicornio comenzó a sacudir fuertemente la cabeza mientras intentaba retroceder. Al sentir que su jinete no le permitía libertad de movimiento, el semental se levantó sobre sus patas traseras relinchando fuertemente. Keira retrocedió un paso, mientras que el elfo junto a ella tropezó al intentar esquivar las patas del animal y terminó cayendo cerca del otro unicornio. El establo se llenó de los continuos relinches de ambos unicornios y de los gritos que el capitán emitía intentando controlar a su montura.

Odiando ver la inquietud y malestar del animal, Keira inclinó levemente la cabeza sin importarle que los demás vieran su muestra de sumisión, después de todo no era frente a ellos que se doblegaba. Lentamente extendió su mano y esperó con paciencia a que el animal volviera a estar sobre sus cuatro patas antes de dar un pequeño paso hacia él sin dejar de mirar sus ojos ámbares. El miedo que vio en ellos le dolió, pero envió el sentimiento a una parte remota de su mente para evitar que aquello le afectara, y en cambió le habló suavemente aun con su mano extendida permitiendo que su aroma llegara a él.

Aún nervioso el semental miró brevemente su mano y acercando su hocico la olfateó antes de volver sus brillantes ojos de nuevo a los de ella. Una vez más Keira se acercó otro poco a él, esta vez susurrándole palabras tranquilizadoras en el mismo lenguaje antiguo que había aprendido de pequeña.

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