En las estrechas calles del norte de Winsmar, una figura encapuchada caminaba con confianza, ignorando el bullicio habitual de su alrededor. Los rostros de las personas estaban ocultos bajo los antifaces, pero poco hacían para ocultar el tipo de gente que eran. Un aura amenazante y peligrosa rodeaba a muchos de ellos, mientras que otros lucían recelosos de lo que los rodeaba y a cada rato miraban sobre su hombro, como si intentaran asegurarse que nadie los seguía. No obstante, aquella mujer no parecía tener ninguna preocupación de ser vista por ese lugar.
Un gran letrero de madera con el nombre de una cantina tallado en él apareció a unos metros de distancia de la mujer, luego de haber girado por una esquina y sin vacilar se dirigió hacia allí, entrando tan pronto llegó a la puerta. Por unos segundos se quedó allí parada contemplando el lugar con desagrado, y arrugó levemente la nariz al percibir el fuerte aroma a sudor y alcohol mezclado con algo que no pudo identificar. Observando con cautela los hombres de la habitación se dirigió hacia la parte trasera de la cantina, asegurándose de no llamar la atención, y salió al oscuro callejón de piedra. Luego de mirar a ambos lagos y asegurarse que no había nadie cerca, cruzó la corta distancia hacia la otra entrada de madera y con un último vistazo hacia el lugar que dejó, abrió la puerta y entró rápidamente.
Las luces artificiales en el techo de piedra negra iluminaban la entrada del lugar, impidiendo siquiera que hubiera un solo espacio de sombra, las paredes de arenisca marrón hacían juego con el piso de madera, y las dos mesas robustas de la habitación estaban ubicadas a los costados, dejando abierto el espacio frente al enorme tablón de anuncios. Las pocas personas que estaban allí descansando levantaron la mirada desde sus asientos, observándola con atención mientras se dirigía hacia el centro del lugar.
No era la primera vez que visitaba el gremio de mercenarios de Winsmar, por lo que sabía que lo mejor era ignorar la atención de los demás y salir de allí lo más pronto posible. Sabía que nadie podría identificarla gracias al skenly que estaba usando y a la gruesa capucha que cubría su rostro, pero aun así no quería correr riesgos. Aquel gremio era diferente a los demás gremios de Ylenor. Los trabajos que paraban allí eran aquellos que nadie más quería hacer, o aquellos que requerían ser completados con el menor número de preguntas posibles. A esos mercenarios solo les importaba una cosa: su siguiente paga.
Recorriendo con la mirada el tablón frente a ella, buscó un espacio libre y llamativo, antes de clavar su anuncio con uno de los alfileres allí clavados. Satisfecha le dio una última mirada, al papel negro con letras doradas, antes de dar media vuelta y salir nuevamente al callejón.
Sonriendo entró una vez más en la cantina y esta vez se dirigió a la barra para pedir algo de tomar. No pasaría mucho tiempo antes de que alguno de aquellos hombres divisara a su presa, ellos eran lo mejor de lo mejor para esta clase de trabajo. Solo era cuestión de esperar.
Sintiéndose confiada, se llevó el brandy a los labios y tomó un pequeño sorbo, disfrutando el ardor que dejó en su garganta.
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El día del Jaykon finalmente llegó, y para frustración de lord Milstog y enojo de Adal, Keira continuó rehusándose a participar de algún otro entrenamiento que no fuera el de resistencia. Había veces en que la cara del ogro se veía tan purpura —su tono de piel azul no ayudaba con el rojo de su enojo—, que le sorprendía que no saliera humo por sus orejas. Incluso hubo ocasiones en las que pensó que William simplemente decidiría retirar su inscripción del festival.
No obstante, nada de eso sucedió, y ahora que el gran día había llegado Keira se encontraba caminando por las calles de la ciudad, siguiendo a lord William y al resto de sus campeones. Su brillante mirada dorada veía con interés todo lo que pasaba a su alrededor: un grupo de mujeres ataviadas con faldas largas y camisas de colores vivos se había detenido en una de las esquinas, junto a una herboristería, a hablar; varios niños pequeños corrían frente a sus padres, saltando y revoloteando mientras que los adultos los seguían a un ritmo más tranquilo. Algunas de las tiendas que pasaban tenían una especie de espejo de agua rectangular, que flotaba sobre el suelo de los balcones y transmitía un video de grandes grupos de gente recorriendo las decoradas calles de una extraña ciudad llena de carpas. Fue solo cuando pasó cerca de una de dichas tiendas que escuchó a una reportera hablar sobre el video, y se dio cuenta que no era una ciudad lo que aparecía en la pantalla sino parte de la zona residencial que alojaría a aquellos que pudieron permitirse viajar para ver en persona el festival.
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Instinto Animal
FantasyEllos detuvieron la guerra... Siglos atrás cuando Crystalia estuvo sumida en la oscuridad, un grupo de valientes tomaron la decisión que cambiaría el transcurso de la historia. Aseguraron que la magia prevaleciera y que los inocentes no sufrieran. A...