Capítulo 3

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Keira se despertó bien entrada la mañana, sus cortes habían sanado completamente y el dolor de sus costillas rotas se había reducido a una simple molestia. Una suave brisa alborotó su cabello multicolor y, cerrando los ojos, se permitió disfrutar de aquel instante de tranquilidad, las hojas de los árboles se movían sobre ella al ritmo del viento y cada una de sus terminaciones nerviosas vibró con la energía del ambiente. Por increíble que pareciera estaba segura que aquella brisa contaba una historia.

Este es el cuento de una flor de mil colores

Que en invierno florecía sin falta

Deslumbrando al mundo con su vibrante luz.

Cierra tus ojos y abre tu mente

Que te mostraremos un mundo de paz y color

Donde las historias abundan y la magia persiste.

Poco a poco abrió los ojos a medida que las palabras dejaban de ser entendibles y pronto solo pudo escuchar el susurro de las hojas. Suspirando con resignación se levantó y comenzó su caminata por el bosque. Lo primero sería encontrar comida, una que no tuviera plumas ni orejas de gato.

Vagó por un rato hasta encontrar un gran árbol lleno de frutas extrañas. Trepando a una de las ramas cogió el irregular fruto y lo olfateó, un ácido aroma llenó sus sentidos invitándola a probarlo. Con curiosidad usó una de sus garras para atravesar la dura cascara y lo abrió por la mitad, la pulpa quedó a la vista de inmediato: era de color morado con pequeñas semillas rojas. El aroma se intensificó y llevándosela despacio a los labios probó un poco. Al contrario de lo que esperaba, un dulce sabor parecido a la fresa inundo su paladar en el instante en que lo saboreó, pero luego notó un leve sabor ácido. Decidiendo que le gustaba terminó de comerse el fruto y cogió más del árbol.

Cuando estuvo satisfecha decidió buscar agua y siguiendo a sus sentidos caminó por el bosque hasta llegar a un riachuelo. Agachándose en la orilla bebió de la cristalina agua y mojó su cara para refrescarse. Una idea surgió en su mente y luego de olfatear el aire para asegurarse que no hubiera nadie, se quitó la ropa y entró en el agua fría.

Pese que la noche en que llegó había nevado, la temperatura del agua no estaba cerca de la congelación, de hecho, estaba casi tibia lo que causó que una pequeña sonrisa apareciera en el rostro de Keira. De haber estado en la tierra en esos momentos estaría tiritando de frio, había pasado tantos años que casi comenzó a olvidar lo especial que era Crystalia. Allí todo era extraño y funcionaba de una manera diferente a la que estaba acostumbrada pero no podía negar que le gustaba estar en casa.

Hundiéndose en el agua nadó un poco, disfrutando de la relajante sensación. Siempre había amado el agua y cuando sus instintos felinos aparecieron su gusto simplemente aumentó. Deteniéndose en una parte profunda salió a tomar aire y una vez más respiró profundo, asegurándose que nadie hubiera entrado en la zona mientras nadaba. Satisfecha de estar sola apartó uno de los plateados mechones de su cabello mayormente rojizo y observó el cielo azul. Algo chapoteó junto a ella y nerviosa volteó a mirar que era, varios peces nadaban por allí pero no explicaban el ruido. Justo cuando decidió salir del río —solo por precaución—, uno de los dorados peces saltó pasando por encima de su cabeza y aterrizó al otro lado. Más peces lo siguieron y durante los siguientes minutos se la pasaron saltando.

Divertida intentó atrapar varios mientras estaban en el aire, pero estos cambiaban de dirección cada vez que estaba por cogerlos; si era por miedo o por juego ella no lo sabía, pero ciertamente los animales sintieron sus intenciones por que pronto varios comenzaron a golpearle la cola con sus aletas momentos antes de que saltaran lejos de su alcance.

Instinto AnimalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora