Cuenta regresiva

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—Agradezco tu ayuda anciano— tomé las capas que nos ofreció para el frio —Prometo que pronto el sol y el rayo van a alzarse una vez más — él hizo una reverencia —Y la paz de los mundos regresaran a su normalidad—.

—Que los dioses les bendigan— el anciano clamó.

—Y que ellos te bendigan a ti— Cronos y yo dijimos al unísono tomándome por sorpresa que él haya rezado la frase. Una sonrisa se ladeó en su rostro y mi determinación volvió junto a mis atributos que me cubrieron por completo.

Cronos elevó su mano hacía el cielo y un pasaje descendió llevándonos hasta la casa abandonada de antes.

—Dime que aun tienes suficiente energía para lo que tenemos que hacer— dije invocando mi cetro en forma de espada.

—Después de contenerte no me queda mucho, pero puedo hacer un esfuerzo— él regresó a su forma original. Asentí abriéndome las venas —¡Hera no! — alzó la voz.

—Necesito tus atributos— ladeé una sonrisa —Así que ayúdame— la sangre brotó y le ofrecí mi muñeca.

Su mano temblorosa se acercó tomando mi brazo el cual no muy convencido llevó cerca de su boca.

—Hazlo estás desperdiciándola— musité. Este gruñó y puso sus labios sobre la herida, succionó despacio sintiendo como mi sangre fluía hacía su boca. Él cerró sus ojos y sus heridas y quemaduras comenzaron a sanar.

Siguió tomando mucho más icor de mi sangre y venas doradas se fueron formando en su cuello hasta su rostro. Se alejó de mí y mi cortada sanó. Abrió los ojos y estos estaban iluminados, pude sentir su energía al cien. Ya que los vellos de mis brazos se alzaron. Acababa de regresarle sus atributos por completo.

Echó su cabeza hacía atrás mientras un jadeo de satisfacción salió de su boca. Ahora su semblante tenía más vida que antes. Se acercó más a mí y tomó mi cintura.

—Terminemos de una vez por todas con esto— musitó. Un potente pasaje bajó apareciendo así frente a esas imponentes puertas que tenía perfectamente gravadas en mi memoria.

Tomé profundamente una calada de aire y empujé las puertas las cuales emitieron un fuerte rechinido mientras se abrían. Volteé hacía Cronos y este asintió. Caminamos observando los tres tronos vacíos.

—No están aquí— Cronos suspiró.

Cronos se quedó junto a la puerta y yo decidí caminar hasta los tronos. Invoqué el cetro y le asenté con fuerza en el suelo provocando que todo se estremeciera, tanto que pequeñas piedrecitas y polvo cayeron de arriba. Un segundo bastó para que tres luminiscencias aparecieron frente a nosotros y ahí se encontraban Radamantis, Minos y Éaco con sus espadas alzadas a mi dirección.

—¡Radamantis soy yo! — elevé la voz al ver sus ojos ardiendo en energía.

—¿Hera? — dio un paso al frente haciendo un gesto con la mano para que sus compañeros bajaran las espadas.

—¿Niña eres tú? — Minos frunció el entrecejo.

—Soy yo, soy Hera— contuve mis atributos regresando a mi apariencia normal.

—Por los dioses no te había reconocido con ese cabello blanco— dijo Radamantis acercándose por lo que avancé hacía él dándole un abrazo —Es bueno verte— me correspondió.

—Créeme que es bueno verlos a los tres— me separé de él haciendo una reverencia hacía Éaco y Minos.

—¿Qué haces aquí? ¿Cómo has llegado tu sola? ¿O es que Hermes te ha traído? — Éaco me atacó a preguntas.

Hera: La caída del sol y el rayo © Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora