Zeus

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El tiempo parecía relativo ante mis ojos mientras Dione y Anfitrite corrían de un lugar a otro dentro de la habitación, gritos de ordenes afligidas y movimientos torpes entre ellas era lo que más había. Acaricié el rostro de Hera, ese precioso rostro que ruego a los dioses en algún momento despertase. Después que inhibí su conciencia, Caos decidió traernos hacía su reino.

—Zeus es hora— Dione habló titubeante sacándome de mi ensimismamiento. Era obvio que no estaba convencida de lo que haría.

—Haz lo que tengas que hacer — demandé —Pero si los pierdes no voy a perdonártelo jamás — mascullé hacia ella quien temblaba.

—Zeus yo...— musitó.

—¡Hazlo de una maldita vez! — grité —¡No hay tiempo! Si no le abres el vientre y los sacas los tres morirán— hablé con angustia.

Dione arrebató la inmaculada daga de la mano de Anfitrite, pero esta temblaba volviéndolo demasiado peligroso para mis hijos.

—Vo-voy a ha-hacerlo yo— Anfitrite tartamudeó sosteniendo la temblorosa mano de Dione quien cedió entregando la daga.

Dentro de la iluminada habitación solo nos encontrábamos Dione, Anfitrite y yo mientras Caos y Thanatos custodiaba a Cronos en el salón principal de su inmensa mansión. Solo rogaba a los dioses que Ares y Hebe se encontrasen bien donde quiera que estén.

Anfitrite alzó el vestido de Hera dejando su vientre al descubierto, si no estuviésemos en esta condición podría decir lo preciosa que mi amada Hera se veía llevando en su vientre a mis pequeños. Mi corazón tambaleó al ver como Anfitrite deslizó la daga con cuidado abriendo de un extremo al otro el vientre de Hera, y así lo hizo un par de veces más abriendo cada capa de su piel, no puedo negar que mis piernas no temblaron al ver tan sorprendente escena.

Dione activó sus atributos y se acercó hacía Hera poniendo su mano sobre el pecho de ella. Frunció el entrecejo y dirigió su mirada hacía mí.

—¿Qué ocurre? — pregunté.

—Sus latidos están debilitándose— lagrimas se aglomeraron en sus ojos. Hera tomó una fuerte calada de aire alertándonos. Mis manos se incineraron en cientos de ápices de energía.

—Dale tu sangre le mantendremos con vida— dije.

—Va a despertar si lo hago— respondió.

—No, voy a mantenerle inconsciente con descargas continuas no importa que suceda solo no dejes de darle tu sangre o puedo hacerle daño a su cerebro— expliqué.

—Bien— dijo ella con determinación. Abrí la boca de Hera y Dione cortó su muñeca poniéndola sobre sus labios. Puse mi mano sobre su sien izquierda dejando que pequeñas descargas corrieran por su cabeza mientras que con mi mano libre sostuve su cabeza de forma que esta no se ahogase mientras la sangre fluyera.

Un repentino lloriqueo agudo inundó la habitación alcé mi mirada con rapidez hacía el frente. Mi mundo volvió a detenerse, entre los brazos de Anfitrite se encontraba un precioso bebé de piel blanca la cual era manchada con la sangre de su madre.

—¡Thanatos! — Dione gritó —¡Thanatos necesitamos tu ayuda! — él entró con rapidez a la habitación deteniéndose torpemente observando la impresionante escena —Mueve tu maldito trasero y toma al bebé— Dione ordenó.

—¡Es una niña! — Anfitrite sonrió.

—Carajo— musité sintiendo como una sonrisa tonta se alojaba en mis labios. Thanatos corrió hacía Anfitrite tomándole entre sus brazos provocando que la bebé llorara mucho más.

Hera: La caída del sol y el rayo © Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora