No intentes buscar explicación a nuestros comportamientos, tenemos muchas formas de cuidar de los nuestros, de amarlos, de jugar...
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—«Oh, nena... viniste a mi mundo volando... pero te corté las alas... mi prenda...
Ino despertó al oír a Kiba tararear en el aseo. Había dormido cuatro horas y se incorporó algo atontada.
—¿Kiba?
—¿Ino? —contestó con sorna asomando la cabeza por la puerta—. Qué... ¿Mejor?
—Sí... Me duele un poco la cabeza, pero estoy mucho mejor. ¿Qué hora es?
—Las siete de la tarde —saltó a la cama y se puso sobre ella—. Me alegro de que estés mejor.
—¿Dormiste conmigo algo?
Empezó a besarla con delicadeza.
—No... Me quedé a tu lado escuchándote hablar en sueños. Decías, Kiba... fóllame duro... Necesito que me rompas el culo...
—¡No seas idiota! —intentó apartarlo con humor.
—¡De veras! Te retorcías de placer cuando te di un besito... Estabas teniendo un sueño de zorrita y decías mi nombre una y otra vez...
—Baja de encima de mí, Kiba.
La subió los brazos por encima de la cabeza con humor y la separó las piernas con la otra mano.
—Vale, pero antes déjame preguntarle a mi amigo si quiere lo mismo
—¡Kiba!
—¡Ino! —inclinó la cabeza y sonrió con malicia. Sus braguitas de seda estaban empapadas y al rozar con la yema su clítoris se movió nerviosa—.¡Ah! Mientes... Estás mojada...
Se movió nuevamente intentando zafarse de su mano que la mantenía inmóvil, pero pesaba demasiado para ella y le costaba respirar si se inclinaba más.
—Kiba...
—Ino...
—Deja de repetir lo que digo y quítate de encima —volvió a moverse pero no consiguió nada.
Kiba comenzó a reír y se sentó sobre sus piernas, soltó sus manos pero de poco la valió con aquel peso sobre ella. Soltó los botones de su camisa, la cogió la mano y se la llevó a la entrepierna.
—Mira... cómo me pones... Ahora tendré que follarte o me subirá la lefa a la cabeza...
—Y te dejará más imbécil de...
—Shhh... —puso los dedos en sus labios y la hizo un gesto para que callara—. Lo nuestro es una guerra continua... y eso amor mío es algo que me provoca más ganas de follarte... Si alguna vez cedieras a mis deseos y no me resultará tan difícil meterte la polla entre las piernas... —se inclinó y acercó la boca a su oreja—. Todo sería diferente y sé que te encanta que te trate como una zorra... Solo tengo que pasar la mano por tu coñito... — pasó los dedos por él y un fino hilo trasparente se balanceó—. Sí... esto es lo que me mata... que seas tan... predecible....
—Kiba... Ya está bien...
—Voy a follarte antes de que te vayas... Mi hospitalidad nunca es gratuita —susurró besándola—. De ti depende... ten cojones... por una vez en tu vida...
Lo miró tensando la mandíbula y le mordió la boca.
—Está bien —dijo al fin con rabia—. Hazlo...
—¿Cómo?
—Sin compasión...
—¡No me digas! —contestó con sorna.