Y no acabas de entenderlo...
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No era su semblante impertérrito, ni siquiera la sonrisa dulce y pausada que la dirigió durante toda la noche, sus ojos negros redondos le proferían un aspecto casi angelical, un hombre que trasmitía calma o al menos eso era lo qué pensó de él cuando lo vio. No, no tenía la misma mirada provocadora de Kiba, ni tampoco la serenidad y la pasión de su hermano, era algo distinto, algo que la desorientaba, quizá Sai aún no había enseñado sus cartas y solo jugaba con la posibilidad de atormentarla de forma sutil, como él bien dijo en el baño. Cuando salió del aseo tras sus pasos firmes se volvió a sentar en el sofá mientras ella volvía al lado de Sasuke, él tenía una expresión de calma, inmerso en una conversación de balances, acciones y números. Por primera vez en todo ese tiempo, se dio cuenta de lo que realmente era Quimera para ella, echó de menos a todos y cada uno de los que formaban esa familia, con sus defectos, sus virtudes, ese apoyó casi transparente y necesario que la trasmitieron siempre que se encontró en una situación delicada y que ahora allí de rodillas, no tenía.
Pensó en su hermano, si estuviera en aquella habitación la abría susurrado al oído que todo iba a salir bien, Kiba la provocaría con su aire burlesco pero luego la guiñaría un ojo para que la serenidad volviera a su cuerpo, y Sasori, con su aire lustroso y su semblante sibarita, la sonreiría o incluso mandaría a Kurenai o Mei para que la pasaran el brazo por el hombro.
Quizá Gaara la observara anonadado como siempre, preguntándose por qué una mujer como ella regalaba aquel don tan preciado, su voluntad y Shion, su gran amiga y confidente... ¡Cómo echaba de menos a todos en aquel momento!
«Recuerda siempre que te amo». ¿Por qué dijo aquello? ¿Por qué la rebotaban esas palabras en la cabeza de aquel modo tan doloroso? Lo miró durante breves segundos, la forma de mover sus manos cuando hablaba, su gesto osado y pensativo al escuchar, sus rasgos amenazantes que tanta belleza la proferían, su boca, perfecta y delicadamente perfilada, la nariz respingona que arrugaba cuando se enfadaba. Repulsión por lo que había hecho, esa maldita copa que bebió llena de su líquido, llena de humillación. Ni siquiera en ese momento Sasuke la miró de una forma determinada, tan sólo observó lo que hacía sin decir una sola palabra o dar a entender un gesto, aunque fuera de asco. ¿Tan capaz era de controlar sus emociones? ¿O quizá es que no había nada que controlar? Decidió dejar de pensar en todas esas cosas o se volvería loca antes de que terminara la noche. Una noche demasiado larga para ella, lo peor de todo estaba aún por llegar....
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—¿La casa de los Cross sigue siendo tan acogedora? —Sasuke miró a Sai, que seguía sin perder de vista a Sakura.
—Impoluta, mira que pensé en venderla mil veces, pero cada vez, es más habitual cuando vengo que tire de ella, y no me provoca un gasto excesivo, así que he optado por mantenerla.
—Tu tía cuidó esa casa en vida como si fuera oro.
—Es muy isabelina, demasiado para mi gusto personal, pero para lo que la uso...
—Bien, entonces no hay más que decir. Si no os importa dejarme un momento a solas con Sakura.
Aquello le provocó una punzada en el vientre. Mientras los hombres se retiraban al despacho de Sasuke, este se levantó y la puso de pie frente a él. Lo miró desorientada, tenía un brillo en los ojos inusual, la apartó el pelo de la cara y la sonrió de una forma que se le cerró el corazón y por momentos pensó que aquel músculo había dejado de latir.
—Princesa... —alargó la mano y la quitó los dos brazaletes que llevaba—. Ahora tienes que irte con ellos.
—¡No! —le salió de la garganta como un misil. No podía creer lo que la estaba diciendo—. No... Sasuke... No puedes hacer eso... no puedes dejarme sola con ellos, fuera de aquí...