Jamás te querrán como te he querido yo...
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Cerró la carpeta de anillas sobre el escritorio y salió al jardín. Era uno de esos días de mitad del año que parecía pleno verano, el calor era insoportable y una suave brisa le movía el pelo acompasadamente. ¡Ah, qué recuerdos el olor a hierba! Cuando pasaba largas tardes con su madre en aquel pequeño campo anexo a la piscina municipal, los pequeños bocadillos de crema de cacao que le hacía merendar y aquel enjuto y achicado salvavidas que siempre se dormía cuando más llena estaba la piscina. Caminó por el suelo de baldosas, su pantalón de lino revoloteaba por la brisa y la camisa se abría por su parte inferior dejando entrever su estómago. «Jamás te querrán como te quiero yo y ni siquiera te has dado cuenta aún». «Si supieras lo que me duele...» No lo sabía, jamás lo sabría, al menos no era consciente de su dolor. La amaba, la había amado desde el primer día en que la vio, dejó de verla y siguió amándola con la misma intensidad. «¿Qué me estas pidiendo Sakura?» Su límite, quería llegar a lo más profundo de su límite, quería conocer que se sentía en la situación de Shikamaru, ¿cómo negarse a eso? Por amor quizá. Lo hubiera hecho, posiblemente unos días antes se vio tentado a decirle que no seguiría con aquel juego, sin embargo, superó los primeros días y le dejó descolocado.
Para qué negarlo, nunca apostó un duro por sus primeros días, pero sabía que lo hacía por el rencor a Karin, por sentir que ella era mejor, que había elegido bien y solo pensaba en decirla: «No seas estúpida. No necesito que me demuestres que eres la mejor, aunque no lo fueras te seguiría amando con toda mi alma». Pero volvió a sorprenderle y logró pasar ciertas cosas que no esperaba, ayer había sido una noche terrible, había apostado la cabeza a que no se iría con ellos. No lo hizo, le daba una lección, quizá era él quien no la conocía tanto como creía. Apretó con fuerza las mandíbulas y respiró profundamente, había momentos en los que la rabia, aquella que tiempo atrás le envolvieron en una oscuridad de odio, emergía en su cabeza. «¿Quieres sufrir?» ¿Envolverte en esa sensación de desamparo que tanto deseas sentir? ¿Me conoces?». Soltó una suave carcajada y se giró hacia la casa. Oyó el coche de Kiba junto al portón principal. «Es el momento, mi amor, voy a quitártelo todo... aunque con ello sea yo el que me quede sin nada...»