16. EN EL INFIERNO

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Te di lo que me pediste, algún día lo entenderás, sabiendo que quizá te perdería para siempre.

***

Naruto atravesó el callejón de la Avenida y se dirigió hacia la puerta del local, la ventanita del centro se abrió y Ray asomó la nariz por el pequeño espacio rectangular.

—Tienes muy mala cara —le dijo abriendo la puerta— y son las nueve de la noche de un domingo... malo...

—Ponme una copa, ponme tres mejor. No, ponme la botella entera, necesito emborracharme.

Se desplomó en el sillón de terciopelo rojo. El local estaba vacío. El inmenso hombre dejó la botella en la mesa y se sentó a su lado.

—Hinata no entra hasta las diez.

—Mejor, para entonces estaré lo suficientemente borracho para no verla.

—¿Qué te pasa, amigo?

Dio un trago a la botella y la dejó sobre la mesa. Se frotó los ojos y se inclinó hacia delante apoyando los brazos en la encimera y bajando la cabeza.

—Me muero por dentro, Ray —musitó.

Lo miró desconcertado y le quitó la botella de las manos.

—No es la solución a tus problemas —se levantó y le puso un vaso— con calma...

—No me jodas... papi.

Se bebió el vaso de un golpe y se sirvió otra copa. Tarareaba algo ininteligible mientras se afanaba por no derramar una gota de licor en la mesa.

Hinata apareció por la puerta y al verlo, abrió los ojos asustada.

—Señor, ¿qué le pasa?

Soltó una risa sardónica y meneó la cabeza.

—¡Ah!, si empiezo no acabo... mi reina... te quiero lista para mí en quince minutos abajo... Ayúdame a olvidar...

Ray la hizo un gesto de aprobación. Ella tenía que trabajar aquella noche pero vista la situación debía irse con él.

—Te sustituirá otra camarera niña, vete tranquila —le dijo.

—Ya lo dijo Pablo Coelho... «El amor es una fuerza salvaje, cuando intentamos controlarlo nos destruye, cuando intentamos aprisionarlo nos esclaviza» ... Yo soy un esclavo... ¿Hinata? —se rió y bebió—. Todos al final somos esclavos de nuestras necesidades... de vosotras...

Soltó una suave carcajada y cogiendo la botella la arrastró por la encimera hasta avanzar con ella por la planta superior del local. Hinata no salía de su asombro, estaba claro que algo había pasado con su hermana pero no le iba a preguntar nada. Bajó con él al piso de abajo, donde tantas veces habían pasado horas intensas. Se quitó la chaqueta y lo miró mientras se sentaba en el sofá de la primera sala.

—Perdóname... —le dijo.

La joven pasó las manos por sus pantalones y le soltó delicadamente los botones de su camisa.

—¿Por qué? Señor, no tengo nada que perdonarle.

—Oh, claro, sí... —Estaba como una cuba, pero mantenía la compostura y su talante.

Dejó su pecho al aire, su fina piel color dorado y su vientre liso. Lo besó delicadamente y sintió el calor de su estómago, el latido de su corazón bajo la piel, la carne y sus huesos.

—No... No te quiero de rodillas, ven aquí conmigo.

Hinata se sentó en sus rodillas y lo miró preocupada y asustada.

—¿Qué le pasa, Señor?

La levantó en el aire y la colocó sobre sus piernas mirando hacia él. Su pequeño sexo se apoyaba en el bulto de su pantalón y se rozaba discretamente.

—Mi obediente sumisa... Perdóname por apartarte de mi lado y no darte la importancia que mereces...

Se ruborizó pero el saltó sobre su boca y la besó con pasión.

—Me está asustando, Señor...

—No te asustes, ya estoy yo bastante asustado por los dos. Sí, me suelo asustar a menudo —se inclinó hacia atrás apoyando la espalda en el sofá y dejó caer los brazos uno a cada lado de él—. No soy un hombre fuerte, tengo muchos defectos. Mírame, a punto de llorar como un niño y si no lo hago —se rió— no es por ti. Es que si empiezo no paro. Vamos, consuélame... Dime al menos tú que algo he hecho bien en esta vida...

Se volvió a incorporar y pasó la mano por entre sus piernas. Arrancó sus bragas con sutileza y las dejó en un lado del sofá.

—Dime que no soy un mal hombre, dime que una mujer es capaz de perdonar cualquier cosa cuando ama porque si no me lo dices, me moriré...

La agarró por el cuello y liberó su miembro. Hinata sintió la presión de su sexo clavándose dentro de ella, rozando las paredes de su vagina y abriéndose paso a través de sus entrañas.

—Dime... Dime que me quieres...

—Señor claro que lo quiero —sintió sus labios pegarse a ella con fuerza y su lengua moverse dentro como una serpiente.

—Dime que todo va a salir bien.

—Señor...

—Vamos, Hinata... Miénteme... No te lo ordeno, te lo suplico...

Hinata se movía sobre él mientras sus manos se clavaban en su cadera. La mordía el cuello y lamía cada centímetro de él. Ella inclinó la cabeza hacia atrás y se dejó hacer. Puro fuego, quizá por la desesperación o por la angustia que lo acompañaba. Succionó sus pechos delicadamente y la levantó con suavidad para clavarse en ella nuevamente. Una de sus manos se deslizó por debajo de sus nalgas y la separó el sexo para abrirse paso con más destreza. Que intenso placer, que pasión más dolorosa y sin embargo, cuanto sufrimiento veía en sus ojos. Tiró de ella y la apretó a sus caderas. Mordió su barbilla y se aferró a su espalda como si le fuera la vida. Sintió su pasión, su dolor, la forma de besarla, de hacerla suya. Su miembro erecto, aún después de engullir la inmensa botella de alcohol se movía locamente entre sus piernas.

—Señor, si sigue así no podré....

—No me importa...

—Pare... —le suplicó. Él apenas escuchaba—. Pare, por favor...

—Grita para mí...

Clavó los dedos en su espalda y la envistió con más fuerza. Hinata se estremeció mientras le mordía los labios y ahogaba su grito de placer. Sintió como la llenaba, como el líquido lechoso golpeaba sus paredes, cómo se aferraba a ella y al mismo tiempo... se venía abajo.

La iniciación (SEGUNDA PARTE: LA VENGANZA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora