14. El riesgo de mirar hacia atrás.

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Igor.

Aquella noche dormí casi placenteramente bajo unas sabanas limpias y los brazos de Eddie enroscados en la cintura. Era raro que él durmiera antes que yo, era extraño que se hubiese quedado en silencio acariciando mi cabeza hasta que cerró los ojos. Yo me dediqué a observarlo, el cabello de un tono miel, las pestañas largas y la nariz aguileña. Incluso dormido, sus facciones eran duras, toscas. No llevaba camisa porque yo llevaba su ropa puesta y eso parecía complacerlo. Aquella noche me había dicho que durmiera con la ropa interior y con su camiseta.

Como siempre, obedecí. Después de lo que pasó en las duchas, ya no sé cuanto hago por obedecer a mi captor y cuanto por complacerlo. Me gusta recostarme en él, y por mucho que odie decirlo, por mucho que una parte de mi mismo pueda llegar a odiar a Eddie, hay una parte de ese fuego que esta perdiendo intensidad.

Sé que todo esto es efímero y en el fondo, ruego porque así sea. Ruego porque haya una salida, ruego por piedad sin saber a quién porque en este sótano y bajo estos brazos sé que nadie puede escucharme. Ni siquiera los santos se atrevían a meter las manos en este infierno. Así que me recosté y dormí, y creo que, en sueños, caminaba por una senda de flores que de la nada se volvían rojas, y al mirar hacia arriba, Eddie me sostenía la mano, manchándolo todo de sangre a su paso.

***

En la mañana, el toque de la puerta nos despertó a ambos. Lo cual era extraño porque nadie jamás tocaba el portón, todos le tenían demasiado miedo a Eddie como para intentarlo siquiera.

Entonces él se levanto con el pelo revuelto, se olvido de ponerse una camisa y me miro antes de sonreír. Pocas veces lo había visto sonreír por algo que no fuera un acto perverso. Yo le sonreí de vuelta, y por primera vez, no había algo filoso que acompañara ese acto. Fue tan simple y tan normal que se sentía antinatural, como si fuéramos dos personas que coinciden en una simple plaza, un hombre atractivo va de un lado y me sonríe, y yo decido responder. Es increíble como las cosas tan mágicas como una sonrisa pueden crecer incluso entre toda la maleza y podredumbre de este lugar.

—Quédate aquí, y vístete —murmuró, mientras caminaba hacia las escaleras. —Al menos hasta que regresé—gruñó.

Yo me sonrojé y escondí la cara en una almohada cuando Eddie estaba afuera. No podía creer que estuviésemos actuando así, no podía creer que el dolor en la pierna, que la ausencia del molar y el dolor de sus cachetadas dejaran de significar cualquier cosa cuando él me sonreía.

¿Cómo se podía odiar a alguien y al mismo tiempo...desearlo con tanta intensidad?

Con un deseo lejos de ser físico, sino algo mucho más fuerte.

Pero yo no podía ser iluso, no podía perderme bajo una noche amable, bajo sus manos y mucho menos con sus besos. Yo tenía que escapar y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para conseguirlo, incluso si mi llave para salir de aquí era enamorarme de Edward Bramhall.

De repente, escuché la conocida voz de Maurice arriba, los pasos de Eddie, que se movía alrededor.

—El trato es que no ibas a faltar a tus terapias —murmuró Maurice, la voz apenas era audible, así que decidí seguir el sonido de los pasos y pararme en la cama para intentar escuchar.

La terapia, la terapia de Eddie ¿Por qué era tan importante?

—¿El trato para qué? Maldita sea, solo ha sido un día, además tus jodidas terapias no sirven. ¿Acaso me estoy curando de algo? Ni de broma —respondió Eddie, irónico.

Maurice resopló.

—Lo que tú tienes no se cura.

—Igor...él me hace bien, o eso creo. No he vuelto a escuchar nada, no pienso en nada.

Killing EddieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora