17. Verdades y mentiras, bien y mal.

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Victor se contorsionó en el suelo, agarrándose la cabeza y sangrando por la nariz.

Pero yo lo había visto todo.

Esa era la famosa terapia, una sesión casi mística que parecía un ritual de hipnotismo. Y aunque Victor sangraba y parecía luchar, su cuerpo se rendía, y luego Maurice lo comandó como una marioneta.

Era espantoso, desagradable.

Y yo no podía dejar de sonreír. Gordon estaba tras de mí, tocándome el hombro.

—Pajarito, vámonos.

Yo lo miré, por primera vez, Gordon se veía asustado de verdad. Vaya secreto, estaba completamente seguro que este tipo de experimentación era ilegal. Y luego de apartarnos de la ventana, nos dirigimos arriba nuevamente. Antes de subir las escalas, una sala a oscuras me llamó la atención, tenía una camilla y varios aparatos electrónicos cerca. Y yo había visto suficientes películas de terror para saber que eso era una maquina de electro shocks.

Otro método ilegal de tortura.

Con razón Maurice se cuidaba tanto de que cualquier persona cuerda saliera de aquí. Por eso se encargaba personalmente de enloquecerlos a todos, y yo estaba seguro que de durar mucho más tiempo aquí, pronto sería mi turno también.

Miré a Gordon y este retrocedió, asustado.

—Castigo —murmuró, con una sombra en los ojos que yo supe leer de inmediato. El reconocimiento.

Estaba seguro de que esa era la misma mirada que yo le dirigía a Eddie cada vez que intentaba acercarse a mí después de haberme marcado y torturado. Ese dolor en los ojos que solo podía escaparse de una pronunciada grieta en el alma que se rompía y soltaba un mar de emociones.

No pude evitar preguntar.

—¿Castigo a qué?

Él me miró, abstraído.

—A matar. Castigo a matar.

¿Castigo a matar?

—No entiendo, Gordon.

—Si matas a alguien aquí —murmuró, y luego hizo un gesto con las manos e imito con la boca el sonido de las chispas.

La máquina de electro shocks era el castigo a matar a otro.

Entonces, sonreí. Tenia una idea perfecta.

Subí con Gordon de nuevo hasta la habitación, ambos cuidándonos las espaldas el uno al otro y esperando ver cualquier peligro en la esquina. Aquella fue la primera vez que conocí la lealtad verdadera que venía del corazón, aunque la mente fallará. Gordon estaba enfermo, deliraba, y sin embargo, me había cuidado desde el primer momento en que pise este infierno. Si algún día llegaba a salir de aquí, me aseguraría de encontrar una manera de salvarlo también, de la misma manera que él había abierto una puerta para mí o se había detenido a preguntarme si estaba bien.

Cuando volvimos a mi habitación, me coloqué el catéter con esfuerzo de nuevo y empecé a trazar con delicadeza mi plan, solo necesitaba mover las cosas de manera adecuada y como siempre, arriesgar mi vida en el intento.

Pero si funcionaba, entonces todo habría valido la pena.

Así que me quedé en la cama del hospital y esperé. En la tarde, Eddie cruzó la puerta y me miró con aire cansado, tenía las manos manchadas de negro, de grasa, como si hubiese estado trabajando en algo.

Y en el brazo derecho, una mancha del mismo color lo ensuciaba igual. Me puse alerta en cuanto lo escuché, y para cuando entró a la habitación, yo ya estaba llorando. Solo me había bastado evocar los recuerdos de nuestro ultimo encuentro, solo había tenido que apretarme el brazo, o solo pensar en el dolor que me recorría toda la cadera por su manera brusca y tosca de hacer las cosas.

Killing EddieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora