25. Se acabó, ¿verdad?

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Eddie.

Cuando volví a tenerlo cerca retomé el control de mi propio cuerpo. Me abrazó, me tocó, me apretujó contra sí y yo volví a ser lo que fuera que él quería. Volví a hacerme a su voluntad, había roto todas las cadenas solo con el sonido de su voz. Tenía la mente clara, despejada, todo lo que podía entender era que lo amaba y que de alguna manera tenía que hacerle entender que nadie podría haberlo insertado en mi mente si él no se hubiera metido en mi corazón primero.

Winston, el muy hijo de puta. Era el principio y el final de todo, y era irónico considerando que realmente solo había servido para juntarnos. No me lo iba a quitar, nadie iba a acercarse a Igor con la sola intención de que diera un paso lejos de mí. Me importaba muy poco que fuera su hermano, si se atrevía a decir una sola cosa que intentara separarnos, yo mismo le iba a sacar la lengua.

Afuera todo era un desastre y ese era el momento perfecto para escapar. Era el momento de sacarlo.

Respiré, sentí su aroma recorrerme el olfato y me tranquilicé poco a poco. Había corrido a mí antes de ir a ver que tenía su hermano, y para mí, esa era una clara inclinación de sus prioridades.

Yo también te voy a escoger a ti siempre.

Carraspeé, me sentía mudo. Solo quería hacer cualquier cosa para demostrarle que lo amaba, joder, que quemaría este lugar hasta los cimientos si él me lo pedía, necesitaba que entendiera que estaba vivo solo para saberlo mío y para tocarlo, para hacerle el amor.

—¿Estás bien? —pregunté. Él se quedó callado por un momento. La pregunta me pareció estúpida después de un momento.

Lloraba. Lloraba por mí y por nosotros y yo le permití derramar toda la tristeza que sintiera sobre mi pecho porque de alguna manera, yo iba a hacerlo feliz después. Lo deje que sollozara, mientras escuchábamos los ruidos cesar afuera. Era una bomba de tiempo hasta que el padre de Victor entrara a la iglesia, todos le diríamos que el culpable ya estaba muerto y él no tendría más remedio que lamentarse en otra parte. Luego, yo sonreiría. Había disfrutado mucho arrancarle los pies, aún en las noches continuaba sonriendo al recordar aquel poderoso sentimiento.

Le pasé la mano por la espalda a Igor, y fui rozando poco a poco cada una de las letras de mi nombre. Mio, incluso aunque quisieras irte con tu hermano, encontraría una manera de obligarte a quedarte a mi lado. Sé que no es lo ideal, pero sé que me quieres y no puedo dejarte ir, porque dejarte ir es irme yo mismo y después de eso ¿Cómo sigo respirando?

Me niego.

Igor respondió después de un momento.

—¿Crees que es cierto? —preguntó.

Todo aquí es una mentira, y entre toda la falsedad de este lugar tú y yo somos lo único verdadero que alguna vez van a contar estos muros. Todos los besos y la sangre que hemos derramado el uno por el otro, sé que eso es real.

—No —contesté, inseguro. —No, no.

—Pero ellos...—empezó a decir. Yo lo tomé de las mejillas y lo obligué a mirarme. Seguía llorando y empecé a recordar cuanto odio que lloré. Dios, ¿Cómo iba a retenerme de arrancarle el cuello a Winston?

—Ninguno de ellos sabe nada sobre nosotros dos.

—¿Tú lo recuerdas? Cuando...cuando Winston...

Lo recordaba, vagamente. Recordaba su foto, pero solamente porque se había metido en mi iglesia y desde entonces no podía olvidar su cara. Esa cara delicada, ese cuerpo extrañamente femenino.

Killing EddieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora