13. Nos vemos bajo el agua.

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Igor.

Sé que en los días que siguieron me moví de manera acompasada con el tiempo, vivir con Eddie comenzaba a volverse una rutina extraña desde la ultima vez que nos habíamos besado, no me di cuenta en qué momento comencé a medir las horas con esa medida; de cuando me ha besado y cuando no.

No me importa si me besa, no me importa que no me bese. No pienso en si aún quiere besarme. No pienso en si yo quiero besarlo.

Me movía de un lado a otro del sanatorio solamente con su permiso, no volví a cruzarme con Maurice, ni a ver Winston. Mi hermano, la razón de todo esto y mi ultima ancla en el mundo real, el mundo en el que se respira aire, el mundo de los labios agrietados por el frio y no por el dolor. Aquel universo parecía haberse desaparecido de mi alcance, ahora todo lo que conocía eran paredes de asfalto, el sonido de una cerca eléctrica, la puerta de una iglesia perversa, la boca de un hombre ensangrentado, y besos llenos de miedo. Tenía miedo de querer más, sin siquiera saber por qué.

Aquella mañana, Eddie me había permitido salir a dar un paseo solamente si yo prometía no acercarme a los doctores, a los guardias, a cualquier recluso. Muchos de ellos empezaron a reconocerme y a decirme pajarito. El apodo me remordía por dentro, como si se tratará de que Eddie había dejado una huella de fuego en mí, visible para todos. En el fondo, creo que no me quejaba, eso, por lo que veía, me brindaba protección en este lugar. No debía olvidar jamás que me encontraba en una prisión.

Estaba seguro, también, de que Eddie había dado una especie de ultimátum a Gordon, quien por alguna razón mantenía al pendiente de mí, me jalaba si estábamos cerca a los patios de la prisión, y de repente me recordaba lo que le había pasado a Gibney.

—No te olvides nunca, pajarito, que la mente de Eddie ahora te pertenece a ti. Por eso estás vivo aún —me susurró un día, de repente mientras estábamos en la lavandería. Yo lograba conseguir un poco de ropa para mí, e incluso para Gordon, que siempre vestía la misma sudadera sucia y ensangrentada.

—No sé de que me estás hablando —respondí.

El meneo la cabeza, sonriente.

—Y no quieres saberlo, saber nunca es bueno —finalizó él. En ese momento no le di ningún peso a sus palabras, y en realidad creo que nunca lo he hecho, sus momentos de lucidez son escasos y duran muy poco como para no dejarlo ser.

Aquella tarde no tenía espíritu para demasiado, así que después de lavar toda la ropa, incluida la de Eddie, que aún estaba manchada con sangre de Gibney, me decido a que lo mejor para mí es darme un baño del cual pueda disfrutar, o bueno, con lo helada que es el agua dudo que alguien pueda siquiera llegar a disfrutarlo, pero me quiero bañar de nuevo en las duchas del ala médica. Al menos allí puedo evitar las miradas, el tumulto.

El enfermero Anderson me miró de arriba abajo con algo parecido a una sonrisa.

—Mira lo que trajo el gato —exclamó, la verdad es que aún no he podido decidir si le caigo bien o no a este sujeto, solo sé que aún me provee medicamentos para el dolor en la pierna y a veces me revisa la herida. Creo que eso es lo más cercano que se puede tener en Ashton Hall a una persona agradable.

—Hola —contesté, forzando una sonrisa.

—Me sorprendes mucho, ¿sabes? —continua él—. La verdad es que no apostaba a que sobrevivieras una semana siquiera con ese perro rabioso.

—Me debes algo de dinero entonces —repliqué.

Él solo sonrío.

—¿Qué sabes de este lugar, Igor? ¿Qué sabes de Eddie? —preguntó.

Killing EddieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora