23. La puerta al perdón que nunca se abrió para mí.

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Igor.

El jueves llegó demasiado rápido. Y aunque teníamos casi todo preparado, algo se sentía extrañamente fuera de lugar. Yo había empacado en un bolso grande en el que Eddie guardaba cuchillos toda la comida y un cambio de ropa para ambos. Ninguno tenía más de un par de zapatos, y haber tenido más cosas solo nos habría retrasado y añadido peso. No, necesitábamos llevar la menor cantidad de cosas posibles. Yo me desperté temprano y Eddie también. Estábamos ansiosos por todo lo que aún teníamos que pasar para que las cosas por fin fueran diferentes. La cerca se apagaba a las ocho y media de la noche y tendríamos media hora para sacar las cosas y cruzar al otro lado por una parte que estaba mala.

Debíamos esperar afuera hasta que fueran las once y los guardias cambiaran de turno. Eddie llevaba un mazo gigante y un hacha en caso de que necesitáramos abrirnos paso de alguna manera a la fuerza. Todos estos días había preparado minuciosamente todo. Eddie era muy inteligente y su mente funcionaba demasiado rápido. Recordé que su expediente medico decía que había sido militar, y era evidente que tenía entrenamiento en combate.

Se quedó conmigo hasta el medio día y luego fue a buscar noticias, a escuchar a los guardias hablar sobre cualquier novedad que estuviese sucediendo hasta ese momento.

—¿Crees que puedo ir a ver a Gordon? —pregunté.

Eddie me miró desde las escaleras.

—Sí, el viejo seguro que te va a extrañar.

El comentario me hizo sonreír. Era cierto, y definitivamente yo también iba a extrañarlo a él por el resto de mi vida, pero me encargaría de encontrar una manera de sacarlo. Se lo había prometido y tenía que cumplirlo. Eddie regresó hasta mi lado y se arrodilló frente a mí. Me dio un beso en la boca a modo de despedida.

—Volveré para eso de las seis, necesito que estés listo ¿entiendes?

Yo asentí. Lo besé de vuelta. Me aferré a él por un momento.

Él me sujeto la cintura y empezó a pasarme las manos por todo el cuerpo. Ya sabía como podía seguir avanzando la situación así que, con delicadeza, lo detuve.

—Ya tendremos tiempo para eso —susurré, bajito, contra su cara.

—No puedo esperar —murmuró. Yo sonreí. Nunca había conocido a una persona con tanta energía para tener sexo como Eddie.

—Yo tampoco.

—Bien, me voy antes de que me sigas desconcentrando. Recuerda empacar solo lo que vaya a hacernos mucha falta.

Asentí, Eddie me besó por ultima vez y en medio de el beso se quedó quieto un momento. Su frente contra la mía.

—Te amo —me dijo.

El calor me recorrió las mejillas y una extraña felicidad se instaló en mi cuerpo como cada vez que me había dicho eso desde que ambos lo habíamos admitido.

—Te amo —le respondí y él sonrió.

Después de eso, caminó por las escaleras y se fue.

*******

Gordon me miró con tristeza por un rato antes de decir cualquier cosa.

—¿Te me vas, pajarito? —susurró con tristeza, su voz me quebró un poco en el camino hasta mi corazón. Si había alguien que podría romperme el alma con su inocencia extraña, era Gordon.

—Te prometo que te voy a sacar de aquí —respondí.

Gordon negó con la cabeza.

—Yo no salgo, no puedo, tú si —repitió mecánicamente.

Las lágrimas se acumularon en mi rostro. Nunca pensé que dejar este lugar me traería algo parecido al dolor, pero frente a Gordon, solo podía querer aferrarme a las extrañas paredes de una iglesia. Lo recordé abriéndome la puerta, llevándome de un lado a otro. Recordé que amaba conocer los secretos de los demás y decidí susurrarle uno muy importante antes de irme.

—¿Te cuento un secreto? —murmuré.

Gordon asintió con emoción, agarrándome las manos y mirando arriba y abajo.

—Te quiero mucho —me permití decirle y luego lo abracé sin poder evitarlo. Al principio creo que no supo como reaccionar, dudo mucho que hubiese conocido algo parecido al afecto alguna vez y sin embargo después de un momento, empezó a poner sus manos alrededor de mi cuerpo y me abrazó de vuelta. Ambos sollozamos contra el otro por un rato largo.

—No lloras, no lloras más —me dijo cuando nos alejamos. Me paso la manga de su abrigo por los ojos y me limpió las lágrimas.

—No, no voy a llorar más —dije intentando contener las lágrimas, el dolor. Ahora tendría que pasar la vida huyendo, pero juraba por todo el peso de mi alma que volvería por él, que lo llevaría a algún lugar a salvo. Que encontraría una manera de salvarlo.

—Él también se fue —susurró después de un momento.

—¿Quién? —pregunté.

—El que se parece a ti, el de los ojos amables —contestó.

Winston.

Y era cierto, aparentemente, Winston también se había ido y eso me había comprado un pase directo a la libertad. Algún día tendríamos que reencontrarnos en algún lugar, pero ahora era su responsabilidad buscarme. Yo no podía ir más lejos por él de lo que ya había recorrido, ya era momento de que siguiera mi propio camino y me moviera con mis propios pasos.

De nuevo, abracé a Gordon y este me abrazó de vuelta. Me quedé con él escuchándolo hablar sobre cualquier incoherencia hasta que fue lo suficientemente tarde como para regresar. Cuando llegué, la iglesia seguía desierta y me permití caminar por aquel espacio una ultima vez.

Si tenía una maldita pizca de suerte aquella sería la ultima vez para mí, para Eddie. Ambos saldríamos de la mirada acusadora de todos los santos y viviríamos lo que sea que tuviéramos que vivir más tranquilos.

Recorrí la capilla, me dediqué un momento para pedirle a cualquiera de estos santos que escuchara mis plegarias y me dejara ir en paz de este lugar al que ya no le debía nada. Miré el confesionario y recordé cuando Eddie me clavó el cuchillo en el pie. Aún había un hoyo grande en la madera y manchas grandes de mi sangre que se habían terminado consumiendo la estructura.

Cuantas cosas terribles habían sucedido aquí.

Cuanto dolor.

Pero ya todo se iba a terminar, de una vez y para siempre.

Me arrodillé frente a al altar y dediqué una extraña oración a cualquier santo que quisiera escucharme. Nunca había sabido como suplicar y aunque mi manera de hacer las cosas siempre hubiese sido incorrecta, de alguna manera también pedí perdón por todo lo que había hecho, una parte había sido justicia y el resto solo venganza, pero esperaba que hubiera algo parecido a la redención para mí, para nosotros. En cualquier lugar a donde nos dirigiéramos.

Detrás de mí escuché la puerta de la iglesia abrirse y estaba seguro de que era Eddie, debía de estar cerca de dar las ocho de la noche para que nos preparáramos para irnos.

—¿Igor?

De repente mi columna vertebral se paralizó y todo lo que me recorría por los huesos era frio. Había pasado demasiado tiempo sin escuchar esa voz y me pregunté por un momento si no me lo estaría imaginando. Quizá esto de hacer oraciones no hacía más que enloquecerme completamente.

Volteé, aún estaba seguro de que me encontraría con Eddie cuando diera la vuelta.

Frente a mí, de repente estaba parada otra persona.

Winston vestía una camisa blanca que estaba manchada de sangre. 

Killing EddieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora