20. La verdadera locura.

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Igor.

La hoja del cuchillo nunca llegó a atravesar su corazón, por el contrario, aquel gesto no hizo más que terminar de fragmentar el mío. No pude hacerlo, no pude matarlo. Una condena más para mí de un indeterminado numero de noches a su lado, de su boca sobre la mía y seguramente de algún golpe.

Y al bajar el cuchillo yo acepté.

Al bajar el cuchillo, me rendí.

Había hecho mucho daño, mi mente estaba fracturada y perdida, pero dentro de todo existía una parte de mí que latía por Edward de una manera intensa, una parte que había sufrido de verlo sangrar. Y ahora al bajar el cuchillo yo me rendí ante esa parte.

Que me matara después si quería, yo ya no aguantaba el peso de la maldad sobre mis hombros, de la sangre en mi conciencia. Quizá había una forma de salvarlo sin que eso significase morir en el proceso.

Eddie nunca supo que en ese momento yo había estado dispuesto a matarlo. Nunca me vio llorar acostado en su pecho mientras le gritaba a su cuerpo que se quedara, que respirara. Nunca me vio, pero de alguna manera pudo escucharme.

Abrió lentamente los ojos después de un rato y me vio llorar, llorar por él. Pero no porque me estuviera causando dolor si no porque estaba preocupado, porque quería que dejara de arder en el suelo de este infierno y me mirara. Lloraba por lo que toda esta locura había hecho de mi mente para creer que estaba irremediablemente enamorado del hombre que más me había lastimado.

Al verme, me tomó la palma de la mano y la llevo a su mejilla, suspiró, rendido de una manera en la que jamás lo vi bajar la guardia. ¿Algún día serás consciente de que estás así por mi culpa? ¿Algún día seré consciente de lo mucho que me has lastimado? Ambos hemos pagado muy caro por el otro.

Eddie seguía en el suelo boqueando lentamente, estaba empezando a perder la consciencia y dejar que se durmiera en su estado era casi dejarlo morir. ¿Sería esa la mejor alternativa? ¿Debería quedarme de brazos cruzados, verlo morir y salir corriendo? Seguramente. Pero sus manos sobre las mías me hicieron una plegaria silenciosa a la que no pude cerrar los ojos. Miré hacia arriba, hacia el techo mientras pedía que el mundo dejara de partirse en dos para mí cada vez que tenía que enfrentarme a mis sentimientos por Eddie.

—Necesito que te levantes —le susurré—no puedo cargarte yo solo hasta abajo, por favor...

Él respondió con un quejido.

Estaba tan lastimado, su piel ardía de una manera imposible, tenía sangre en la boca de apretar los dientes, quemaduras. Había tenido por primera vez un poco de lo que se merecía y ahora era yo quién quería esconderlo del dolor. ¿Cómo se cuida a un animal salvaje?

De la misma manera que me ha cuidado a mí.

Solo que yo no he sido sincero. Por lo menos, Eddie ha hecho todo de frente, me ha gritado a la cara para que vea que era él quien me hacia daño, me hizo mirarlo cuando estábamos juntos para que supiera que había sido él quién se había alzado sobre mí, que yo lo estaba recibiendo.

Al menos había sido valiente sobre eso. Mientras que yo me había escondido por todos los rincones buscando rendijas por las cuales escabullirme. Algunos pensarían que eso era ser inteligente, otros me llamarían cobarde. Yo decidí pensar en mi mismo como un sobreviviente. Sobrevivir a Eddie para llegar hasta este punto no había sido nada fácil.

Finalmente logré hacer que se sentará. La fiebre iba a consumirlo si no lograba hacer nada por él.

Me miró de nuevo a los ojos, quizá con aquella temperatura yo podría hacer que saliera dentro de él cualquiera que fuese el hombre inocente que había habido dentro de él antes de las maquinas, de las terapias y de mi venganza.

Killing EddieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora