Epilogo

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Igor.

Salir de Ashton Hall y dejar a Eddie en el suelo me costó una vida entera. Clavarle el cuchillo había sido más difícil que clavármelo a mí mismo. Pero había estado seguro de que ya no había salvación para nosotros, de que mis padres merecían justicia, de que Eddie no podía seguir vivo si al final del día alguno de los dos iba a terminar así Winston logró recomponerse para irnos, pero en todo el caminó no pude murmurar una sola palabra. Nos encontramos al padre de Víctor afuera, nos apuntó con un arma, pero se calmó al ver a Winston.

Le dijimos que el asesino de su hijo estaba muerto.

Nos dejo la cerca apagada y nos recomendó irnos antes de que la policía llegara al lugar. Y así fue como abandonamos la pesadilla, el infierno. Así fue como sobreviví.

El seguro pago una parte de los daños y Winston y yo nos dividimos el dinero en partes iguales, él se apoyo en Muhler, su novio, se fueron a vivir juntos y yo rechacé con amabilidad su ofrecimiento para vivir con ellos. No soportaba ver a Winston, le tenía rencor y no creía que fuera a superarlo pronto. Verlo me recordaba a Eddie, me recordaba que había matado al hombre que amaba.

La culpa llegó luego, pero en el fondo, nunca sentí arrepentimiento. Intenté regresar a la universidad, pero la ansiedad social me golpeó demasiado fuerte. Empecé a ir terapia pero, me negué a recibir medicaciones, solo quería dormir y soñar con Eddie, con la vida que habíamos planeado antes, con el hombre que era antes de la verdad.

Soñé con él y lloré por él durante meses. La policía terminó desmantelando Ashton Hall, y las investigaciones sobre los horrores del sanatorio pronto se volvieron noticia nacional. Recibí varias invitaciones para hablar en entrevistas e incluso una propuesta para narrar mi historia en un libro.

Me negué. Yo no tenía otra historia que contar más que la de Eddie, el asesinó de mis padres. Nunca pude hacerlo.

Aquella mañana salí temprano para visitar a mi terapeuta.

Le conté que había soñado que veía a Eddie caminar en el parque central y llamarme. Le conté que estaba haciendo esfuerzos para no mirarme la espalda cada vez que tenía que estar desnudo, le dije que el dolor de las letras se había ido con el mismo Eddie.

Ella me respondió cosas banales que luego no pude recordar, pero que me hicieron sentir más tranquilo. Tomé un taxi y volví a visitar otro sanatorio.

Gordon me recibió con un cubo de Rubik y me dio un abrazo. Parecía estar mejor en este lugar.

—¿Ya no lloras?

—Solo a veces, Gordon.

—Eddie te esta esperando, ve con él.

Una lagrima se escapó de mis ojos.

—Lo sé. Solo que aún no es el momento.

—Seguro que te extraña, pajarito.

—Y yo lo extraño a él.

—¿Esta solo? —preguntó.

—Seguramente, ya sabes el carácter que tiene.

Gordon sonrió.

—Menos contigo.

—Menos conmigo.

—¿Te cuento un secreto?

—Claro.

—Yo también quiero irme pronto. Pero entonces te quedas solo, y no quiero.

Su respuesta me hizo sollozar. La garganta se me cerró.

Killing EddieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora