Capítulo 11

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—Bromeas, ¿cierto? —le dije.

—No.

—Pero... pero, la familia de Martha es ultracatólica. Además, ¿por qué me invitaría a salir entonces?

Se encogió de hombros y sonrió. Me di cuenta muy tarde de lo que intentaba decirme.

—Solo aléjate de Jesse para no tener problemas.

Se dio la vuelta con la engrapadora en la mano y un rollo de carteles bajo el brazo. No me habló el resto de la tarde. Cuando ya iba a terminar mi turno, me acerqué por detrás y lo abracé para hacer las paces.

—Tranquilo, campeón —le dije—. No voy a quitarte a tu chico. No es tan guapo de todas maneras. Además yo ya tengo a mi príncipe y hoy vamos a ir al concierto de Savage Garden y luego...

Sonreí como idiota, mirando a la nada por un ratito. No tenía ojos para nadie excepto mi Robert.

—¡Tierra llamando a Sabrina!

El sonido de la voz de Lex me hizo volver al planeta tierra de una manera tan brusca que tiré al piso las cintas de video que estaba contando.

—¡Qué!

Lex sacudió la cabeza.

—Cambiando de tema. He pensado mucho en lo que te dije aquella noche sobre ser Quincy Jones ¡Es lo que debo hacer! Las personas siempre son honestas consigo mismas cuando están molestas o enyerbadas.

—¿Qué harás entonces?

—Pues, ir a la universidad para empezar. Ya llené una solicitud para...

De repente mi chico apareció detrás del mostrador. Era el momento que había esperado toda la semana. Pero antes del concierto debía pasar donde Isabella para avisarle que no iba a asistir esa tarde. Lo había estado postergando desde que Robert me dijo del concierto ¿Para qué complicarnos ambas la vida antes de tiempo de todos modos?

 Lo había estado postergando desde que Robert me dijo del concierto ¿Para qué complicarnos ambas la vida antes de tiempo de todos modos?

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Al nada más entrar en el departamento sentí el hedor a licor me golpeó como un puñetazo. ¿Otra vez había estado bebiendo?

Suspiré aliviada cuando la encontré en la biblioteca, sentada en su sofá con una copa de whisky en una mano, sobria dentro de lo que cabía.

—Te tengo una sorpresa, pequeña. Siéntate, por favor.

Me extendió un pequeño paquete color rosado, ¡que resultó ser un teléfono celular!

—No tienes que darme las gracias —me dijo respondiendo al mutismo con el cual reaccioné—. Es por tu ayuda la otra noche. Ahora agarra tus cosas. Quiero que vengas conmigo a una cena en la ciudad. Va a haber gente muy importante, así que...

Miré el teléfono celular, que en otras circunstancias me hubiera hecho saltar de alegría. Apreté los párpados con fuerza. No quería parecer una malagradecida, pero era mejor arrancar la bandita de un solo tirón.

En prosa o en besos [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora