Capítulo 3

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No fue tan difícil entrar al edificio donde vivía Isabella Riverz, como habíamos creído en un principio. Se trataba de uno de esos edificios sin portero, lo cual me pareció raro. ¿Por qué una escritora tan famosa quisiera vivir en un lugar así y no en un loft de Manhattan? 

Lex presionó el timbre una, dos, tres veces, pero nada. Luego escuchamos el sonido de los cerrojos detrás de la puerta y ésta comenzó a abrirse poco a poco. Tras ella, mi escritora favorita asomó la cabeza y nos recorrió con la vista.

Pegué un grito mientras apretaba la mano de Lex tan fuerte que lanzó un gemido de dolor. ¡Dios mío! ¡Estaba cara a cara con mi escritora favorita!

—Se-señora Riverz ¡Buenas tardes! —le dije tras haber superado el impacto inicial, con una sonrisa en mi carita—. Me llamo Sabrina y soy...

La escritora clavó sus ojos en los míos para intimidarme y así me callara, cosa que consiguió.

—No hago caridad y no compro números de rifa, Sabrina —espetó—. Buenas tardes.

—Soy su admiradora —insistí—. ¿Podría usted...?

Me agaché y enterré la cara dentro de mi bolso para buscar mi libro para que lo autografiara.

—Espere un momento —le rogué—, solo un momento. Tengo que hacerle una pregunta importante.

Lex tocó mi espalda para que levantara la vista. Isabella estaba a nada de cerrarnos la puerta, peroun hombre de ojos azules la atajó. Se formó un silencio incómodo. Lex dio un paso hacia atrás. Tanto la escritora como su acompañante se miraron y luego esbozaron una sonrisa compasiva.

—¿Te digo algo, Sabrina? —me dijo la escritora con una voz condescendiente—. No firmo autógrafos ni recibo a los fans que llegan a la puerta de mi casa. Tienes suerte que no llamé a la policía. Lo que estás haciendo se llama acoso y es ilegal, si no lo sabes.

Quise responder a eso, pero no encontré palabras. En mi cerebro no había nada excepto un molesto zumbido y ese tembleque en mis piernas y manos.

El hombre de ojos azules quitó el brazo de la puerta y esta comenzó a cerrarse. Fui yo quien detuvo la puerta. Solo alguien con mucho valor habría sido capaz de insistir luego de aquel desprecio. 

—Significaría mucho para mí si pudiera firmar mi libro, Señora Riverz. Fue el último regalo que me dio mi papá antes de morir —le dije con voz temblorosa.

La pelirroja cerró el libro sin ver la dedicatoria. Miró la contraportada y después a mí otra vez.

—¡Espere! —Me apuré—. ¡También necesito saber si cree que pueda ser una escritora!

Isabella cruzó los brazos.

—¿Y por qué quieres ser escritora, pequeña? —Me cuestionó—. ¿Por la fama? ¿Por el dinero? ¿Por las noches de bohemia?

Miré a Lex, buscando apoyo en su persona, pero en ese momento era como una figura de cartón.

—No sé...

El hombre de ojos azules y cabellos oscuros se dio la vuelta y desapareció en el departamento. La escritora se carcajeó.

—¿Cómo que no sabes, niña? No importa mucho a dónde quieras llegar si no sabes el por qué.

—Yo... 

La escritora observaba con regocijo mi humillación. El nudo en mi garganta me impedía pensar con claridad. Me sentí humillada y tonta, como en clase de matemáticas cuando no podía hacer las operaciones en la pizarra.

En prosa o en besos [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora