Capítulo 4

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La escritora me esperaba en la barra de aquel café-bar. Su vestido púrpura oscuro, las manos repletas de anillos, y esas botas altas de tacón que siempre me gustaron.

Me indicó que subieramos al bar en la parte de arriba. Le dije que aún era menor de edad y no iban a dejarme entrar en esa parte. Pan comido para alguien con la personalidad de Isabella Riverz. Unas pocas palabras al guardia y logró sin problemas que me dejase pasar.

Ya allí pidió dos cafés, uno irlandés para ella y otro con leche para mí. La miré con expectación. Estaba convencida de que quería ser igual a ella algún día. Por ratos me pellizcaba el brazo sin que se diera cuenta, no fuera a ser todo esto un sueño y yo estuviera dormida en la clase de matemáticas.

—¡Niña! —me reprendió—. Mírame, a los ojos, por favor. Odio que no me vean de frente cuando hablan. No seas pusilánime.

La obedecí. Las mariposas se transformaron de nuevo en adrenalina. Sus ojos eran como dos hogueras y yo, que aún no sabía sobre mi tendencia a jugar con fuego, iba directo hacia mi perdición.

—Ser escritor —me dijo— es mucho más que solo sentarse a escribir. Debes conocer gente, leer mucho, saber mucho y por supuesto, venderte a ti misma. Demostrar que eres buena y cuando llegas a donde quieres estar tienes que hacer lo que sea para quedarte allí, en especial cuando eres una mujer.

—¿En serio? —le dije sorprendida.

Isabella lanzó un bufido.

—Traga la leche —me mandó—, y limpiate ese bigote, parece que tuvieras tres años. En fin, te decía, no puedes ser dulce pero tampoco muy asertiva. Necesitas ser feminista pero no demasiado. Es un equilibrio bastante difícil de obtener y que no se exige a los hombres. Por eso algunas usan pseudónimos que las masculinizan.

—Pero usted no. Usted siempre firmó con su verdadero nombre, lo cual me parece increíble y...

Sonrió con orgullo.

—Es porque tengo neuronas y ovarios. No pongas esa cara, tu también las tienes. Es ley de vida que la gente estúpida no tarda en responder a la pregunta con un rotundo "no".

Siguió hablando después de eso, pero estaba encandilada para prestarle atención a algo más. No podía estar más contenta. ¡Mi ídola acababa de hacerme un cumplido!

No tardó en darse cuenta que no le prestaba atención. Así que chasqueó los dedos para bajarme de mi nube. Al ver mi sobresalto meneó la cabeza y suspiró,

—Bien, vayamos al grano. —Cruzó los brazos—. ¿Qué haces después de la escuela?

Miré el plato de galletas vacío en medio de la mesa mientras contaba con mis dedos mis actividades cotidianas.

—Tareas, quehaceres de la casa, práctica de porristas —reflexioné—, Trabajo en el videoclub de mi tío después de clases. En mis ratos libres, salgo con mis amigos o me siento en mi escalera de incendios a escribir y a mirar a las palomas en el cable de luz. También...

Me detuve. Mamá tenía razón, no estaba haciendo nada de provecho con mi vida. Isabella pidió al camarero una copa de oporto. Cuando la tuvo, me propuso un brindis.

—Quizá podríamos dejar de perder tiempo mirando a las palomas y saliendo con muchachos —me dijo. —¿No te gustaría trabajar conmigo digamos unas tres veces por semana?

Mis ojos se abrieron de una forma descomunal. Isabella golpeó el plato con una cucharilla para silenciar el grito que se dio cuenta, estuve a punto de pegar.

—¡Wow...! ¿Es broma? —exclamé por fin.

La escritora sacudió la cabeza y sonrió.

—No. Mi última asistente resultó embarazada y no puedo sola con todo desde que imparto clases de Historia de la Mujer en la Literatura en la Universidad de Columbia. ¿Qué dices? Sí o no.

En prosa o en besos [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora