Capítulo 21

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Sentadas en la playa de Coney Island, descalzas, con un hot dog en la mano. Tía Maddy me entregó un sobre membretado con el escudo de la Universidad de East Western. Llegó esa mañana y mamá aún no lo había visto. Esperaba que fuera yo misma quien le diera las buenas noticias.

Con mis dedos temblorosos, rasgué el sobre por la parte de arriba. Ya no esperaba nada, o tal vez sí. A veces peco de optimista contra todo pronóstico. Incluso obviando el hecho de que nunca tuve el valor de enviar esa solicitud.

Con los ojos cerrados, suspiré con la carta abrazada a mi pecho, antes de siquiera atreverme a echarle un vistazo. Lloraba y gemía amargamente mientras la releía una y otra vez, incrédula todavía. Tía Maddy me dio una palmada en la espalda para consolarme.

Me habían aceptado.

Yo, Sabrina, tenía un futuro por delante junto con aquel libro ¿Por qué no estaba saltando de alegría? Aquello era mejor que cuando gané en un sorteo un vale para helado y pizza gratis por seis meses.

Esa pequeña rubia que quería lograr tanto, que quiso volar y en su afán se dejó arrastrar por todo lo que se le cruzó en el camino hasta sumergirse por completo en el fango.

Ya no creía, ¡estaba segura de estar embarazada! Era una niña y estaba embarazada de alguien a quien le importó un comino dejarme sola en medio de los árboles a altas horas de la noche ¿Qué iba a ser de mí?

—¿Qué pasa, mujercita?.

Cubrí mi rostro con ambas manos y lloré más. Ante esto, la tía Maddy me arrebató la carta.

—¡Lloras de felicidad! —dijo y me abrazó—. ¡Lo sabía! ¡Uno no es aceptado en East Western todos los días! Venga, vamos a casa a celebrar.

La miré confundida.

—Tía, ¿tú enviaste mi solicitud?

Sacudió la cabeza.

—Y estoy segura de que tu mamá tampoco.

—¿Entonces...?

—Debió haber sido alguien que te quiere mucho —Sonrió, al igual que yo. Estábamos pensando en la misma persona—. Alguien que terminó de llenar todas sus solicitudes a principios de este año, según me enteré cuando escuché por accidente su conversación detrás de la puerta.

Comencé a reírme con lágrimas en los ojos. Claro que fue mi Robert. Sabía que llevaba esa solicitud en mi cuaderno y no me animaba a enviarla Fue por eso que se atrevió a abrir mi diario y así encontró eso que escribí sobre Jesse.

Las palabras que le grité cuando terminamos se volvieron en mi contra: No merecía un chico como él. Era demasiado bueno, demasiado perfecto. Lo peor es que siempre estuvo allí para mí sin esperar nada.

—Tu chico solo hizo una parte del trabajo. Pero fuiste tú quien logró que esto pasara —agregó mi tía—. No por algo te mataste estudiando todo el año.

Me llevé las manos a la cara y me dejé caer sobre la arena. ¿Por qué nunca nada me salía bien?

—¡De todos modos no voy a ir!

—No me digas que aún quieres irte con esa mujer a Londres —me reprendió—. Ya no tienes que hacerlo para tener un futuro. De nuevo, no es que haya escuchado tus conversaciones. Si es por el dinero, ya veremos cómo resolverlo, mujercita.

Tomó mi mano. Me sentí desfallecer. Saqué de mi bolso un par de píldoras. Tía Maddy me arrebató el frasco y lo tiró al océano. Iba a reclamarle por su acción anti ecológica, pero se me adelantó.

En prosa o en besos [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora