Capítulo 10

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Yo no soy de imaginar los peores escenarios posibles, sin embargo me los figuré durante el resto de aquella noche. Solo iba a estar tranquila cuando me asegurara que Isabella estaba bien. 

Los recuerdos de la noche anterior revivieron nada más poner un pie en el vestíbulo donde parecía no haber pasado nada. Sin haber escuchado sus pasos, Isabella. elegante y arreglada como siempre, emergió del pasillo como si nada hubiera pasado la noche anterior y me habló por detrás.

—¿No te han dicho que es de mala educación entrar sin tocar a la casa de las personas?

Mis ojos se abrieron como dos ventanas.

—Supongo que vienes a reponer el tiempo que no trabajamos ayer porque no viniste por andar con tu Robert —ironizó—. ¡Jóvenes, Dios mío!

—Pero, pero, pero si ayer...

—¿Empezamos de una vez? ¿O vas a esperar a que nos dé la medianoche? Vamos, que la vida se nos agota.

Isabella me sonrió con compasión mientras caminaba hasta la alacena de licores y se servía un trago de vodka.

—Tranquila, pequeña —me dijo adivinando mi pensamiento—. Tú también encontrarás esa... forma especial de potenciar tus talentos. Solo es cuestión de tiempo. Ahora haz lo que te digo. Nos falta todavía mucho por hacer.

—Pero...

—Por cierto, ya que te rehúsas a planificar —agregó—, no vamos ni a la mitad de tu novela. Me temo que tendrás que llevar trabajo a tu casa. Quiero que la tengamos lista, corregida y entregada al editor para el final de la primavera. Recuerda Columbia y tus 50,000 dólares.

—Ok.

Me di la vuelta en dirección a la biblioteca, donde estaba la máquina de escribir y mi espacio de trabajo. Estando allí observé con detenimiento el portarretratos con la foto de la chica. Me invadió una sensación de desasosiego al darme cuenta de que no era otra que Isabella, hacía bastantes años.

¿Qué la había llevado a convertirse en eso que era?

El sonido de sus pasos en dirección al estudio interrumpió mi meditación. Puse la foto de nuevo en el estante y simulé estar concentrada escribiendo. Me miró recostada en el umbral de la puerta.

—Una cosa más, pequeña perra —me dijo—. Quiero que hagas lo que tienes que hacer con... ese muchachito, de una vez por todas ¡Tienes casi 18 años! Nada que sea virgen sirve en esta vida, mucho menos una escritora.

Me sonrojé. No entendía cómo es que adivinó que él y yo aun no habíamos intimado.

—Aún no estamos listos...

—¡Por Jesucristo! —exclamó indignada—. Es un hombre; siempre está listo para el sexo. Y si no es con él, busca a otro, no creo que te falten candidatos.

Se acercó a mí. Con sus dedos cubiertos de anillos acarició mis cabellos.

—¿Qué tiene que ver eso con escribir? —le pregunté, vuelta un tomate viviente, con la vista en las teclas de la máquina.

—El sexo es sinónimo de poder para las mujeres y tú, damita necesitas mucho de eso si quieres moverte en este mundo tan competitivo ¿No dijiste que querías ser como yo? Yo me estrené a los quince años con un amigo de mi hermano que ya estaba en la universidad.

—El sexo es sinónimo de poder para las mujeres y tú, damita necesitas mucho de eso si quieres moverte en este mundo tan competitivo ¿No dijiste que querías ser como yo? Yo me estrené a los quince años con un amigo de mi hermano que ya estaba en la...

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En prosa o en besos [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora