【Epílogo】

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El primer año fue el más difícil de nuestra relación. Tener que aceptar que no siempre podíamos tenerlo todo y que a veces los besos debían quedar en segundo plano, más nunca en último.

Momentos inolvidables. Llamadas de noche. Contar los días para nuestras citas, encuentros cargados de ternura y por supuesto toda la pasión acumulada de días y semanas sin tocarnos la cual sacaba lo mejor de ambos en ese aspecto.

Pero también hubo celos e inseguridades, miles de citas canceladas por nuestros horarios, personas de por medio y sentimientos confusos que hicieron de lo nuestro un trabajo tan complicado que acabamos desistiendo en un par de ocasiones, solo para después volver con más fuerza hasta que ya nos fue imposible vivir el uno sin el otro.

Trabajaba en la editorial del amigo de Julian, asistía a East Western por las tardes y escribía por las noches cosas que no sé si lleguen a ver la luz alguna vez.

Usé una parte del dinero que me dio Julian para comprar un auto y otra para pagar mis gastos de la universidad, mientras que tía Maddy y Harry me ayudaron con la otra. Robert y mamá me aconsejaron ahorrar el resto del dinero, lo cual agradecí a la larga; fue lo que me permitió publicar.

Traté de mantenerme ocupada todo el tiempo para no extrañar tanto a mi Robert y al mismo tiempo ahogar esa sensación de que me estaba perdiendo de algo. Me uní al equipo de animadoras de la universidad, lo cual sumado a mis buenas notas me permitió optar a una beca parcial. En mis ratos libres también fui modelo, me interesé en la fotografía, en la cerámica y en el tejido. Aprendí español, algo de japonés... danza del vientre.

Mucho tiempo después, un día sin de tantos, cuando ya casi terminaba la universidad, desperté con la firme convicción que era tiempo de publicar aquel manuscrito que llevaba años guardado entre mis cosas.

Lo que empezó con la intención de solo editar algunas partes, terminó en una reescritura completa de todo, desde la trama hasta los personajes. Tengo la teoría que los escritores dejamos una huella fósil de un momento de nuestra vida a través de nuestros libros. Cuando tratas de modificarlo con el tiempo, el producto cambia y adquiere otro significado.

Estuve tocando puertas, pero ninguna editorial respondió durante mucho tiempo. Llegué a pensar que la amenaza de la escritora no fue en balde. Julian me ofreció sus contactos si los necesitaba, pero no lo acepté. Quería demostrar que podía hacer las cosas sola.

Al final, con un poco de ayuda de mi autodenominado agente Lex, conseguí un contrato con una editorial que no apostaba un centavo por mi trabajo, incluso tuve que poner de mi bolsillo para que aceptaran publicarme.

Aún estaba dormida, y con resaca luego de una fiesta, cuando recibí el fax de Julian, quien al final acepté que fuera mi editor. Cuando leí mi nombre en la lista de los más vendidos del New York Times, pegué un grito que asustó a Robert, con quien para esa época ya me había mudado a California.

Lo había logrado, pero era solo el comienzo.

Aún hoy, cuando estoy firmando autógrafos y me toca saludar a alguna adolescente, veo a la pequeña Sabrina de 17 años, aferrada a su examen de aptitud vocacional, desesperada pensando en lo que sería de su vida. Son las personas con quienes más amable trato de ser. Quizá algún día una de ellas toque a mi puerta en busca de una lección de vida y la tengo preparada desde hace un tiempo.

Le diría que, como Robert solía decir, cuando eres joven, la gente cree que no sabes nada. Pero eso no es algo del todo malo. Tampoco sabes sobre el miedo o sobre los riesgos, sobre que puedes volar, pero también caer y pegarte duro contra el pavimento o que amar demasiado a una persona puede llegar a dolerte.

En prosa o en besos [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora