Capítulo 8

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Isabella se fue de viaje a Europa luego de las fiestas. Cuando la cuestioné al respecto, me dijo que se había ganado el derecho de tomar vacaciones y yo no. Así que me dejó una serie de tareas relacionadas con la escritura, una lista inmensa de libros que leer y además la tarea de cuidar su departamento.

Odiaba las planificaciones, me aburrían a muerte. Planificar le quitaba todo lo emocionante al asunto de escribir. Así que me lancé al agua sin flotadores pese a las advertencias de la escritora. El problema es que tuve que darle la razón más temprano que tarde y terminé atorada en un callejón sin salida del cual intenté escapar procrastinando tanto como pude.

Lex regresó de sus vacaciones un par de días de la partida de Isabella. Igual de carismático que siempre, aunque un poco subido de peso. Su abuelita se había encargado de alimentarlo con una buena dotación de tamales y ponche de leche mientras estuvo de visita allá.

Mi amigo me invitó el fin de semana a conocer el lugar donde vivía y mostrarme las fotos que había tomado durante su estancia en Guatemala. No tenía ganas de luchar con mi bloqueo creativo. Tampoco tenía con quien salir. Robert había ido a visitar a padre y a conocer el campus de Berkeley. Entonces acepté su invitación.

Lex vivía a diez calles del videoclub de mi tío en el barrio latino. En un pequeño departamento,  con un penetrante olor a cebolla y a grasa mezclado con desinfectante de manzana, arriba de un restaurante.

—Bien, esta es la Baticueva, Baby Jane. —me guiñó.

—Es interesante... —vacilé— que tenga la bañera en la cocina. Me gusta, le encuentro potencial a esa... hermosa vista y el póster gigante de Space Jam le da personalidad. Solo le falta el toque femenino.

Agachó las cejas. Me dio una palmada en la cabeza como si fuera un perro del modo en que solía hacerlo y suspiró.

—Adoro tu optimismo, pero no tienes que mentir, es un asco, brujita. Es temporal mientras construyo mi palacio en la playa para vivir con mi harén de hombres hermosos y un gran estéreo para poner Purple Rain a todo volumen. ¿Quieres escuchar música? ¿Una soda? ¿Una cerveza...? Estás en casa.

Mientras el vinilo de Purple Rain resonaba en los parlantes baratos de su equipo de sonido, me contaba una historia de cada una de las fotografías de su álbum. Hacía que mi mente volara hasta aquel paraíso en un rincón de Centroamérica. Quizá Lex tenía más talento para ser escritor que yo, a quien le costaba hilar oraciones congruentes y aún así pretendía dedicarse a eso.

—¿Qué tal vas con tu príncipe enlatado? —rió mientras se preparaba un porro—. ¿Qué le regalaste para navidad?

Arqueó las cejas mientras con sus dedos cerraba el canuto con la marihuana que estaba preparando. Me ofreció una calada. Sacudí la cabeza.

—Un modelo de lego de una nave de Starwars —respondí con inocencia—. También una chaqueta y...

—¿Solo eso? ¿Y qué te regaló él...? —insinuó arqueando las cejas.

Se carcajeó con sorna al percatarse de mi cara que se había puesto de todos los colores.

—Oye, no me mires así. ¿Estás segura de que no quieres? Es de mala educación despreciar al anfitrión. Ya la has probado antes, ¿verdad?

—Sí, sí, claro —mentí—, muchas veces, pero soy mala enrollando el cigarro. La veces que la he probado Robert la lía por mí.

Soltó una carcajada.

—¿Así que ya probaste su... porro?

—¡No, no! ¡¿Cómo crees?! Robert es un caballero, él...

En prosa o en besos [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora