Aquella prueba de aptitudes puso a la luz dos cuestiones importantes: Primero, no era muy buena en matemáticas lo cual explicaba, según yo, mi desastroso promedio en esos cursos. Sin embargo, necesitaba mejorar mi promedio en ese curso si me quería graduar en junio junto con mis amigos.
Segundo, en contraposición a mi inteligencia matemática, tenía una inteligencia verbal impresionante. Lo cual, según la consejera, me inclinaba hacia una carrera relacionada con las letras. ¿Periodista, filóloga, locutora, reportera... ?
¿Escritora?
Claro que amaba la clase de literatura y en gramática no me iba mal, de hecho disfrutaba haciendo esas tareas. Pero hasta aquel momento nunca había considerado que podía ser una escritora como Jane Austen, Louise Alcott o Isabella Riverz. Sí, había escrito de vez en cuando, pero siempre terminaba dejando los escritos a medias. Necesitaba una oportunidad para comprobar si estaba hecha para eso y no tardó en aparecer.
Robert tenía razón. Isabella Riverz iba a estar en Booksmart para una convivencia con los admiradores. Pero también se organizó un concurso de relatos inspirados en "Las Siete Princesas Ranas", de parte del club de fans.
Si bien el premio para el mejor relato, un vale de regalo por 100 dólares en libros, me pareció genial, el conocer personalmente a Isabella Riverz fue lo que más me interesó. Quería preguntarle si veía en mí madera como escritora.
Pero para eso tenía que ganar. No importaba el sacrificio, bien lo valía. Puse todo mi tiempo, alma y corazón en escribir ese relato. Incluso pasé por alto aquel examen de álgebra importantísimo para mí promedio.
—¡Auch..!
Una patada en el trasero me sacó de mi sueño a mitad de la prueba. Robert, para variar. Le hice una seña arqueando las cejas. Un movimiento de sus ojos grises me guió hasta su mano, donde con disimulo sostenía un papelito.
Robert era muy inteligente. Se habría graduado a los 16 de haberlo querido. No necesitaba hacer trampa en un examen de Álgebra. Solo quería ayudarme, como siempre.
Miré hacia el frente. Esa horrible profe gorda paseaba por las filas como la celadora de una prisión. Sentí escalofríos. Nunca había tenido el valor de hacer trampa en un examen.
—¿Estás loco? —murmuré.
Me enseñó la punta de su examen, lleno como lo sospechaba. Luego miró su reloj.
—Te quedan diez minutos. Decide —carraspeó.
Lancé un quejido. Me rehusaba a recibir ayuda suya en materia de estudios. De por sí, todos pensaban que era su amiga para que me diera copia en los exámenes. Por desgracia en aquel momento era mi única opción.
Pasé mi mano bajo mi falda como quien se arregla las medias. Mientras, Robert botó su lápiz. Mis mejillas se sonrojaron cuando sus dedos rozaron mi pierna por accidente al darme el papel.
—Gracias...
Lo miré de reojo. Levantó la vista en su examen y me sonrió de una manera que me causó mariposas. Le sonreí a medias como cuando coqueteaba con un chico, pero de manera espontánea.
Quedé petrificada ante lo que acababa de hacer.
¡Robert era como mi hermanito, mi mejor amigo! Por quien sabía tanto de videojuegos. Para quien llevaba un emparedado extra en la primaria porque no me gustaba que almorzara sopa de lata.
En un minuto recordé detalles que había pasado por alto sobre él: la forma en que brillaban sus ojos grises cuando algo le apasionaba. Su cuello, delgado pero firme como un roble. Sus labios cuando los lamía luego de comer helado... Incluso la forma esbelta de su cuerpo se me hizo atractiva. Cupido ataca como siempre en el momento más inoportuno.
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En prosa o en besos [COMPLETA]
Novela JuvenilCuando Sabrina, una ingenua adolescente, desesperada por demostrar que es más que una cara bonita, toca a su puerta para pedirle un autógrafo, Isabella Riverz, la famosa autora, encuentra a la rata de laboratorio perfecta en aquel desastre rubio p...