Era el otoño de 1998. Bill Clinton y Lewinsky en todos los periódicos, el mundo aún celebrando La copa de la vida, y una linda rubia de mirada inocente, de nombre Britney estaba a punto de comerse al mundo antes de ser escupida varios años después.
Había en el aire una curiosidad insana sobre lo que nos deparaba el nuevo milenio ¿Supercomputadoras? ¿Naves espaciales? Tal vez mi amigo Robert tenía razón y el Y2K cambiaría la vida como la conocíamos hasta entonces, por lo cual era mejor buscar desde ya un refugio bajo tierra.
Y en medio de aquella locura virtual como dice la canción, en un país que parecía a prueba de balas, había una princesa. La princesa era yo, Sabrina Jane Martin. De Brooklyn, con un pie en el acelerador, esperando que el semáforo cambiase de luz para dar inicio al viaje de su vida.
—¡Señorita Martin!
Levanté los hombros del susto.
—¡Yo no fui!
Aturdida, dije la primera idiotez que vino a mi mente. Mis compañeros de clase soltaron la carcajada. Yo también sonreí como si fuera un chiste, aunque por dentro me sintiera fatal por estar haciendo el papel de la tarada del salón otra vez.
—¿Me permite, Señorita Martin?
No me atrevía a mirar a esa horrible profe encargada de cuidarnos en aquel, que yo sentía, era el examen más importante de nuestras vidas: El de orientación vocacional.
¿Por qué era tan complicado? Solo se trataba de rellenar un montón de pequeños círculos con un lápiz del número dos, ¿cierto? Mamá y todos dijeron que sólo respondiera con sinceridad respecto a lo que me gustaba hacer y lo que no. Nada del otro mundo. Excepto por aquella estúpida pregunta al final de la hoja que era incapaz de responder:
¿Dónde me veía dentro de 5 años? ¿Y en diez? ¿Qué tal en 20 años?
¡Ni siquiera sabía lo que iba a cenar aquella noche!, mucho menos lo que iba a hacer con mi vida. Hasta aquel momento había elegido no pensar en eso. Mi lema de vida era, Hakuna Matata, como Timón y Pumba. Aquella filosofía funciona para todo, excepto en medio de un examen vocacional.
La Señora West, con el ceño fruncido, tiraba de la hoja y yo me resistía, ambas enfrascadas en un penoso forcejeo que provocó las risas de todos en el salón.
—Mejor déjalo, Sabrina —advirtió Robert.
De refilón, le lancé una mirada amenazante a mi amigo para que se callara. Claro que no iba a ceder así de fácil, aunque estuviera haciendo el ridículo. No todos éramos cerebritos como él, cuya entrada a una de las mejores universidades del país estaba asegurada desde niño, no solo por sus excelentes calificaciones, sino porque su papá era el Decano.
Según yo, ese examen era la diferencia entre hacer algo con mi vida o acabar sirviendo mesas en McDonald's el resto de mi existencia. Sentí un retortijón en mi pancita solo de pensar en mí con ese horroroso uniforme. ¡El amarillo no le sentaba bien a mi piel! ¡Qué pensamientos más tontos se me ocurrían en momentos como esos!
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En prosa o en besos [COMPLETA]
Novela JuvenilCuando Sabrina, una ingenua adolescente, desesperada por demostrar que es más que una cara bonita, toca a su puerta para pedirle un autógrafo, Isabella Riverz, la famosa autora, encuentra a la rata de laboratorio perfecta en aquel desastre rubio p...