Capítulo 12

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Luego del desayuno acompañé a Isabella a una de sus clases en la universidad en calidad de oyente. Fue como un sueño estar en aquellas clases donde de inmediato me sentí como pez en el agua por primera vez en mucho tiempo. Decidí que allí era donde quería estar el siguiente otoño. Pondría todo de mi parte de allí en adelante para que el libro quedara bien y así entrar a Columbia.

Traté de compartir mi emoción con Robert a la mañana siguiente cuando íbamos en su auto camino a la escuela, pero no salió como yo esperaba.

—Robert, tengo algo genial que contarte —le dije cargada de emoción— .¿Adivina por qué falté ayer a...?

—Espera, quiero decirte algo primero —me atajó—. Sobre lo de la otra noche, estamos bien, ¿cierto? Digo, dos palabras no cambian nada entre nosotros.

Forcé una sonrisa.

—Claro, lo comprendo. Oye, mira lo que me  dio... mi mamá.

—Fresco —respondió sin mirarme.

De algún modo esperaba que hiciera aquel chiste sobre la invasión de los celulares y casarnos. Pero no lo hizo. 

No hablamos más el resto del camino. Era obvio que nada estaba bien entre nosotros. Al menos estaba Liv. Ella iba a alegrarse  cuando supiera sobre mi aventura del día anterior. Imaginé que hasta daría de gritos emocionada por lo que me estaba pasando.

Pero en vez de eso se rió de mí.

—¡Brina, por favor deja ya tus fantasías! Creo que no dormir te está afectando el cerebro. En fin, ¿Irás a ver a Cameron esta noche en su decatlón de matemáticas?

—¡Liv, no estoy inventando nada!

Me miró con arrogancia y compasión, como solía hacer con las personas que consideraba inferiores.

—¿Esperas que crea que una escritora como Isabella Riverz se fijaría en ti para ayudarte a escribir un libro?

—¿Y por qué no...?

—Mírate, Brina —me dijo—. Tus notas son terribles, todo el mundo sabe que sales con Cameron solo para que te deje copiarle en álgebra a cambio de tus... encantos. ¡Ni yo con un promedio de diez logré una pasantía Jr. en el New York Times el verano pasado!

Metió un chicle en su boca y comenzó a masticarlo con desenfado. Se supone que no debía sacar el teléfono en la escuela, pero no iba a permitir que ni Liv ni nadie me humillara de esa forma.

Marqué el número de la escritora. Cruzaba los dedos para que respondiera. Corría el riesgo de que Isabella no me contestara el teléfono y de que algún maestro o chismoso lo viera y me terminaran confiscando el aparato, pero bien lo valía.

—Aló, ¿con Isabella Riverz?

—Depende, ¿quién es?

—Soy yo, Sabrina...

La línea quedó en silencio por unos pocos segundos. Tenía la mirada expectante de Liv justo en mi hombro, si Isabella me colgaba el teléfono Liv jamás iba a respetarme.

—¡Sabrina, buenos días! —me saludó alegre como cosa rara.

Puse el altavoz del teléfono para que Liv pudiera escucharlo.

—Justo estaba pensando en ti —me dijo—. Como sabes, el receso de primavera es la próxima semana ¿Tienes planes?

La expresión de Liv era indescriptible. Sonreí, satisfecha de humillarla luego todas las veces en que me había hecho sentir una idiota.

En prosa o en besos [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora