Miré a Robert a través de mi espejo compacto. Sentada en mi cama y él boca arriba encima de mi sofá mirando el techo en actitud reflexiva. Inquieto y sin hacer comentarios, atento a mis palabras. Meneaba los dedos de su mano izquierda al ritmo de la música de aquella canción que sonaba en la radio.
Sin importar la promesa que le hice a Isabella, y aún sabiendo de antemano lo que él iba a pensar sobre la situación en que estaba metida, sentí que debía compartir lo más genial que me había pasado en la vida con mi mejor amigo, confidente, y el chico cuyos labios quería probar una y otra vez.
—Entonces, en resumen, eres parte de un experimento de esa señora y su editor ¿Correcto? —me cuestionó.
Lo pensé por un momento y sonreí.
—Cuando lo dices así suena a que soy una rata de laboratorio, observada por un montón de locos en bata blanca mientras corro en una rueda y como lechuga —le dije.
Se inclinó ligeramente y me miró con suspicacia.
—Sabrina, tú odias las verduras y correr. Dices que te esponja el cabello ¿Recuerdas?
Fruncí los labios y luego pasé con lentitud la barra de carmín rosado por encima de ellos.
—Como sea.
—Si quieres mi opinión suena a que es demasiado bueno para ser verdad —señaló—. Nadie te ofrece 50 grandes así como así. ¿Estás segura que no implica vender tu riñón... o tu hígado?
Todavía con mi espejo en la mano, puse los ojos en blanco en señal de fastidio.
—¡Robert!
—¿Has pensado que quizás esté planeando robar tus ideas?
—¿Qué?
—Sería bueno que siempre tengas una copia por si acaso en la computadora —sugirió—. No quisiera que esa mujer te estafe. Se han dado casos, ¿sabes?
—Estás loco.
—No. Solo que a diferencia de ti, siempre tengo las alarmas encendidas. Nunca puedes estar demasiado alerta, Baby Jane.
Lancé un bufido.
—Olvídalo, no sé por qué te conté. Eres muy paranoico a veces.
Me sonrió. Claro que ambos sabíamos por qué lo hice. Había desde siempre ese pacto de complicidad y confianza entre los dos. Nos contábamos todo. Robert incluso me habló del altercado que tuvo con Ricky en clase de deportes unos días luego de Acción de Gracias. Ricky, quien no sospechaba que había algo entre nosotros, trató de humillarlo diciéndole que si él no logró llevarme a la cama, mucho menos un nerd.
—¿En qué piensas? —me dijo.
Relamí mis labios en una sutil invitación para que abandonara su papel de policía y viniera hacia mí.
—En que quiero besarte.
—No me cambies el tema, jovencita —rió.
Sacudí un dedo con coquetería.
—¡Oh! Claro que no lo haré, señor.
Me lancé sobre él en una tacleada digna de un jugador de fútbol y lo besé de tal forma que estuvo a punto de caer del sofá.
—¡Wow! ¿Has pensado en unirte al equipo de rugby? —me dijo con los ojos bien abiertos.
Volví a reírme.
—Tonto... Es que me gustas mucho.
Habían pasado dos semanas desde Acción de Gracias y si ese primer beso fue bueno, los demás fueron cien veces mejores. Nos besábamos en todas partes, en la escuela en su auto con la música a todo volumen, en mi habitación. Pero siempre a escondidas de todos. Nadie sabía que estábamos juntos; no se trataba de una relación como tal.
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En prosa o en besos [COMPLETA]
Novela JuvenilCuando Sabrina, una ingenua adolescente, desesperada por demostrar que es más que una cara bonita, toca a su puerta para pedirle un autógrafo, Isabella Riverz, la famosa autora, encuentra a la rata de laboratorio perfecta en aquel desastre rubio p...