Julian miró hacia el frente y sonrió. No parecía que Robert viniera a felicitar a mi mamá, a juzgar por su ropa: Jeans y una camiseta negra. Antes de poder reaccionar, Julian ya había desaparecido y Robert estaba parado frente a mí con la vista en sus zapatos y una gerbera rosada, mi flor favorita, detrás de la espalda.
Mi pequeño corazón dio una pirueta doble dentro de mi pecho. Mis piernas me dictaban correr tan rápido como pudiera, pero estaba harta de hacer lo mismo una y otra vez.
—Sabrina... —dijo con voz entrecortada.
—¿Vienes a terminar conmigo? —le pregunté a secas y sin mirarlo.
Tragó saliva. Sus labios temblaban.
—Mejor sentémonos.
Se sentó a mi lado al borde de la fuente y puso la flor sobre mi regazo.
—¿Cómo digo esto sin...? —masculló apesadumbrado, con la vista gacha al igual que anoche—. Cuando era niño aprendí que no debía confiar en nadie porque las personas... traicionan, cambian... y eso.
Lo miré con dureza.
—Ya me sé la parte en que sigues enojado con tus padres por su maldito divorcio y crees que necesitas ir a terapia, pero nunca irás porque no quieres contarle tus mierdas a un extraño.
Apretó los labios.
—Sí, lo sabes —respondió—. También sabes que pensé que estaba listo para dejarlo ir. Pero anoche cuando la bruja me cuestionó ¡Dios! Se sintió tan real ¡Te fallé, y no dije lo que debía decir! Me sentí tan idiota. Decidí que sería lo mejor para ti que me alejara, pero luego...
—¿Qué cambió?
Tomó aire. Quise llorar, pero no pensaba hacerlo.
—Esta mañana, mientras discutía con mi mamá sobre por qué no iría a la boda, alguien vino a buscarme. Me dijo que si te dejaba ir era el cobarde más grande del mundo. Ella dijo que mi misión si era un poco como el Henry de tu libro, era observarte rugir como la perra que eres.
Fruncí el ceño. No me atrevía a preguntar quién le dijo todo eso, pero no hacía falta.
—¿Estás aquí solo porque te mandó la bruja? —sollocé—. Porque si es así voy a...
Me rodeó con su brazo.
—En realidad la mandé a la mierda —suspiró—. Pasé el resto del día empacando las cosas que me faltaban. Entonces me di cuenta de que estabas por todas partes: en mis juguetes viejos al fondo del armario. En mi libros, donde ponías tus notitas en forma de corazón. Había coletas tuyas por todos lados. Reuní una colección con tus labiales y bálsamos ¡Incluso tu perfume está impregnado en toda mi ropa y en las sábanas de mi cama!
—¿A dónde quieres llegar, Cameron? —lo interrumpí.
Acercó su mano a la mía despacio y la sostuvo con fuerza.
—No puedo... Y no quiero dejarte ir así. Eres la única constante en mi vida, lo único que no quiero que cambie, porque si pasa estaré perdido.
Lloré.
—Pues... Pues... ¡Quizá debiste haberlo dicho eso anoche, cuando más te necesitaba!
Se inclinó ante mí y besó mis manos como un caballero ante su reina.
—Sálvame, Sabrina —me pidió—, prometo quedarme a tu lado, no importa lo que pase...
Acaricié sus mejillas.
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En prosa o en besos [COMPLETA]
Teen FictionCuando Sabrina, una ingenua adolescente, desesperada por demostrar que es más que una cara bonita, toca a su puerta para pedirle un autógrafo, Isabella Riverz, la famosa autora, encuentra a la rata de laboratorio perfecta en aquel desastre rubio p...