Capítulo VI

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Pestañeó un par de veces mientras se estiraba sobre la superficie mullida librándose del cansancio. Su mirada se enfocó en el techo, percatándose de que no era su habitación; despreocupada levantó la parte superior de su cuerpo con tranquilidad, pues sabía que era el aposento del rubio, por cierto, ¿en dónde estaba él?

Sobre la mesita de noche encontró una pequeña nota en una hoja de papel, de hermoso manuscrito y perfecta caligrafía que fácilmente le daría envidia.

En el closet dejé unos conjuntos de ropa para que hagas un cambio, puedes usar el baño.
-Meliodas-

Rechistó perezosa, volviéndose a tumbar sobre el colchón en un gemido de frustración. 

Ciertamente él estaba siendo amable al darle libertades en su hogar a pesar de solo conocerse por un poco tiempo, pero aun así deseaba que solo la dejara libre, fuera de compromisos y solo desearle suerte en que buscará una mujer mejor que ella, con más aspiraciones; sin embargo, ese deseo era imposible.

Sus manos alcanzaron una de las almohadas sobre la cabecera y la abrazó buscando consolación, lo que no tenía previsto era que el dulce aroma del dueño de la cama llegó a sus fosas nasales; un exquisito extracto de café amargo y licores embriago su nariz llevándola a inconscientemente aferrarse con ímpetu el suave cabezal de tela blanca, ¿realmente era su olor natural?, demasiado bueno para ser real.

Soltó una bocanada volviendo a recobrar la compostura erguida sobre la cama, bajando sus pies en la orilla de la cama mientras dejaba la almohada en su lugar, por un momento se estaba perdiendo en ese aroma masculino que despertaba sensaciones extrañas en su cuerpo.

Agitó su cabeza ignorando sus incoherencias corporales para apresurase a dar un merecido baño que ayudaría a relajar su cuerpo.

[...]

Forcejeo insistentemente por tercera vez el sexto sostén de color blanco, pero ninguno lograba abrochar de la parte posterior, ¿razón? Simplemente no eran su talla. O le apretaban, o simplemente la copa no cubría lo necesario de sus senos. Para empezar, ¿de dónde había sacado ropa femenina?, acaso, ¿acostumbraba a coleccionar ropa como fetiche?; tembló ante esa idea.

—Genial, ninguno me queda. — tiró la prenda con fastidio en el suelo buscando una solución. —Supongo que puedo usarlo sin sujetador, aunque sería algo incómodo. — tomó el vestido blanco, por suerte ese le quedaría ya que los demás conjuntos de ropa eran muy reveladores ó muy apretados para su cuerpo.

Extendió el vestido, subiéndolo por sus piernas, lo colocó sobre sus brazos suspirando en victoria pues era más cómodo, solo quedaba subir el pequeño cierre de la escotadura de la espalda y al fin regresaría a su casa.

Mientras tanto, el rubio esperaba pacientemente en comedor con una taza de café en la mano para calmar su mal humor y estrés, algo extrañado por el retraso de la albina.

—Ya tardó. — chasqueo la lengua levantándose de su lugar, rogando a cualquier santo porque no comenzara una discusión tonta por cualquier cosa insignificante.

—¿Quiere que valla a verla señor? — ofreció Zaneri a su lado, a lo que este simplemente negó.

—No, yo iré. — dicho esto, se dirigió a su habitación. "Seguramente seguirá dormida, ¿Qué tanto necesita dormir esa mujer?"; pensó mientras subía por las escaleras. —¿Elizabeth?, ¿sigues ahí? — en silencio abrió la puerta, encontrándose a la mujer tratando de subir a regañadientes la cremallera que quedó atascada a mitad de su espalda. —¿Necesitas ayuda? — esta asintió con cansancio.

—Por favor, ya me duele los brazos de tanto estirarme. — suspiró haciendo movimientos de calentamiento para evitar un calambre.

Este se acercó a ella estando frente a frente con su esbelta espalda descubierta, tragando saliva al ver la ausencia de un sujetador. Ignorando sus extraños pensamientos, tomó el cierre y comenzó a subirlo lentamente, tentado a tocar su piel blanca de porcelana, sus ojos se perdieron en la tela aferrada a su delgada silueta, lo bien que contrastaba su tez con la seda y se pegaban a sus caderas; sin embargo, la cremallera se detuvo en la parte superior de su espalda, a la altura de su pecho para ser exactos.

La Señora de Demon || MelizabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora