Capítulo VIII

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La relación entre Meliodas y Elizabeth avanzaba sin mediaciones pues la querella entre ambos seguía en pie, ya sea porque la albina gustaba del drama con tal de ver otro gesto por parte del rubio, sin embargo, era en vano ya que ella no cambiaba su semblante de "pocos amigos" como ella lo había apodado.

Aun así, el rubio se mantenía sereno o de vez en cuando había conseguido intimidarla más de una vez y contraatacando con sus propias palabras, cosa que habían mantenido muy alerta a la jovencilla, pero aun cuidara sus palabras el encontraba la forma de atacarla. Algo que se volvió muy común ante los ojos de los demás, una relación extraña entre la exaltación y la serenidad que disfrutaban de jugar como infantes y aunque ninguno lo admitiera, Elizabeth se divertía mientras Meliodas había logrado salir de su rutina, como hoy, por ejemplo.

Después de esperar le vio salir de la casa con un rostro fatigado y aburrido; esta vez había optado por un atuendo menos formal que de costumbre, le hacía sentirse más libre, aunque eso no lo libraba de sus demás obligaciones. Aun así, agradecía tener un tiempo libre y sin duda la albina era ese algo especial que lo había sacado de su monotonía.

La vio con esos andares que le causaban curiosidad, tal vez se estaba acostumbrando a ella o quizás empezaba a verla atractiva. Agito esta idea de su cabeza, podría aceptar el atractivo de la fémina, más se mantenía tenaz a su idea de no volver a sentir lo mismo de hace años.

—Buenas tardes, Elizabeth. — saludó cordial extendiendo la mano a la jovencilla quien acepto el gesto.

—¿Qué tal señor Demon? —respondió con indiferencia.

Ella montó el vehículo cruzada de brazos, esperando a que él pusiera camino en marcha a donde sea que fueran.

—¿Tienes inconveniente si vamos a la empresa antes?, después puedes tami...Uh, elegir un local de tu preferencia. — la mujer suspiró sin ánimos observando la ciudad a través de la ventana semiabierta, al menos el aire contra su rostro la relajaba.

—De acuerdo. 

No tardó mucho para que llegaran a dicha compañía, aparcándose en el estacionamiento subterráneo. Elizabeth quedó impresionada y no porque el lugar fuera glamuroso sino todo lo contrario, para una empresa que maneja dinero era muy simple y no muy llamativo como el resto. Por el contrario, en el interior relucía en color blanco, matices amarillos y de enormes ventanales, hombres de traje y mujeres falsamente voluptuosas, aunque el uniforme parecía de monja o eso pensó la de ojos bicolores.

—¡Joven Demon!, creí que era su día libre. Honestamente no lo esperaba hoy, ¿viene por la revisión? — comentó exaltado un hombre temeroso y titubeante al ver al rubio atravesar los pasillos.

—Así es, y si están en mi escritorio, puedes regresar a tu puesto. — dijo sin quitar la vista de enfrente.

—C-¡¡Claro señor!!, con...¡¡con permiso señor!!, buena tarde, señorita. — encogido de hombros se retiró casi corriendo.

—Los tienes bien controlados. — habló la platinada al ver su actitud cohibida.

—Tengo mis motivos, no puedo brindarles una libertad asaz. — tomó asiento frente a su escritorio comenzando a revisar sus papeles cuidadosamente; por otro lado, la albina curioseaba por el lugar, no era tan amplio como lo imaginaba, pero parecía cómodo para el rubio que estaba concentrado. Verlo así de concentrado hizo que una idea traviesa pasara por su mente.

—Entonces, ¿aquí trabajas? — inesperadamente para el rubio, la peli plata se sentó en sus piernas a lo que el trago grueso. —Bonita oficina. — dijo en un tono seductor victoriosa de ver una mueca en sus labios, al fin se cobraría esas veces en las que él la había intimidado.

La Señora de Demon || MelizabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora